Opinión

Formación y universidad

M. Fernández

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hablábamos -un grupo de profesores universitarios y profesionales de edades diversas- de la universidad de “antes”, de la del futuro y de la de ahora. ganados por la obsesiva difusión de ideas elaboradas por políticos y algunos pedagogos poco realistas y la mayoría de los profesionales no profesores opinaban que hay que cargarse el modelo existente, mientras la mayoría de los profesores opinábamos que alguna reforma hay que hacer, pero sin olvidar el papel formativo de la universidad.


Pasamos al Plan Bolonia, tan controvertido, y acabamos hablando del comportamiento de los alumnos en las aulas y de la relación profesor-alumno. Aduje, como botón de muestra de cómo debería seguir siendo esa relación -de respeto mutuo-, una anécdota de mis años de estudiante que refleja ese respeto y la seriedad con la que hay que tomarse las clases por parte del profesor como del alumno.

Nuestro catedrático de Derecho Romano, Álvaro Dors, científico de prestigio universal, empezaba siempre puntualmente las clases. Los alumnos sabíamos que si, por ejemplo, la clase era a las once, a la once y diez deberíamos estar todos sentados. Él llegaría a y cuarto y comenzaría enseguida, llenando de contenido tres cuartos de hora intensos, hasta que el bedel viniera a dar la hora. Un día, una compañera de curso llegó con bastante retraso, cuando ya llevábamos un rato dentro del aula, pidió al bedel que le abriera la puerta exterior del aula, sin embargo el trabajador le dijo: no la dejo entrar. Ella insistió y medio entrando dijo: ¿Se puede, don Álvaro? Se puede, señorita, pero no se debe. Y no la admitió.