I. Martínez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La gente se casa más tarde y tiene cada vez menos hijos. Los dos fenómenos están relacionados, pero mientras el primero es una constante, el segundo ha supuesto una novedad con respecto a lo ocurrido durante una década.
Los datos los ofreció el jueves el Instituto Nacional de Estadística (INE), la edad media a la que se casan o conviven sin papeles los jóvenes españoles se ubica en torno a la barrera de la treintena. La razón fundamental la entiende cualquiera: antes de formalizar su unión, las parejas tratan de independizarse, y eso presupone una autonomía económica que la crisis por la que atraviesa nuestro país está poniendo cada vez más difícil. Tal como andamos en cuestión de trabajo y de vivienda, es para pensárselo dos veces, incluso más de dos.
Si la edad del matrimonio se retrasa, es lógico que también se aplace la edad en la que se tienen el primer hijo (el año pasado superaba los 31 años de la mujer) y, en general, que se tenga un número menor de hijos. Aquí se ha roto una tendencia. Con el comienzo del siglo XXI se empezó a producir un repunte de la natalidad, que en la época dorada del crecimiento económico nos había llevado a liderar el mundo. Liderar por abajo: teníamos una natalidad bajísima, insuficiente desde luego para garantizar el relevo generacional. Fue aumentando año tras año, dentro de límites muy moderados, pero en 2009 y el primer semestre de 2010 se ha estancado en un índice de fecundidad de 1,38-1,39 por pareja.
Países como Alemania, Reino Unido o Francia registran una media de dos hijos por mujer. Volcamos a la crisis como explicación básica de lo que está ocurriendo en España. La precariedad del empleo, o la falta del mismo, es un factor determinante de la decisión de no buscar descendencia, y la escasa entidad de las medidas de conciliación de la vida familiar y laboral en las empresas, también. Incluso entre la propia población inmigrante, que contribuyó mucho a la subida de los natalicios en la primera década del presente siglo, se ha producido una adaptación progresiva a las pautas de conducta de los nacionales: también procrean menos.
Con todo, no es desdeñable como explicación de estas alteraciones demográficas el cambio cultural que ha experimentado la sociedad española. La ecuación paradigmática matrimonio igual a varios hijos hace bastante tiempo que se derrumbó. Ahora las parejas tratan de combinar la procreación con otras preocupaciones, intereses, valores y objetivos. Viven, pese a todo, mucho mejor que sus padres y abuelos, de modo que no pueden justificar su escasa paternidad en las dificultades objetivas que supone engendrar, criar y educar a una o más criaturas. Lo que pasa es que su valoración de los hijos ha variado bastante. No es tampoco por las leyes laicistas, como dicen los obispos.