L. Lasa
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Después de darle tantas vueltas al asunto, resulta que al final la solución a los problemas más inmediatos vuelve a estar en la Biblia. No hacía falta leer a expertos economistas que ni siquiera detectaron la bola blanca que hoy nos acogota; ni tampoco estudiar esos informes de organismos burocratizados cuyas propuestas y recomendaciones son las que aplica a diario el carnicero de la esquina (gastar menos de lo que se ingresa, ahorrar más, trabajar mejor).
Nuestro presidente, al fin, lo ha reconocido: llevamos dos años de crisis y zozobra; y pasarán otros cinco de incertidumbres. Siete años de vacas flacas que van a seguir a otros tantos de vacas gordas, desde nuestra entrada en el euro, en ese paraíso de fantasía que nos hizo creer que era posible que nuestros salarios aumentaran eternamente al doble de la inflación alemana. José, en el libro del Génesis, ya interpretó el sueño del faraón. Y este tuvo la prudencia de creerle. Y de ordenarle que, durante los años de bonanza, fuese en su nombre por todo el país acopiando la quinta parte de la producción de trigo para cuando llegaran los tiempos de escasez. Nosotros, en el mismo periodo, no sólo no hemos ahorrado prácticamente nada, sino que nos hemos montado en una montaña de deuda que alcanza cotas desde las que en cuanto uno se asoma ve un precipicio oscuro: el 270 % del PIB, del que un 210 % corresponde a familias y empresas. Difícil será crecer hasta que no la devolvamos. Hacía 2016. Y es factible que para ese año algunos desequilibrios se hayan corregido. Pero estaremos de lleno ante el imperio creciente de las inseguridades, del riesgo. De aquí a 2016 esas sensaciones no harán si no intensificarse. Algo va mal, postulan en Europa los intelectuales de la socialdemocracia, pero es difícil que pueda ser de otra forma cuando vivimos inmersos en una sociedad sin otro referente que el hipercapitalismo y el hiperindividualismo.