Opinión

El invento pérfido de la televisión

PUNTO DE VISTA

Juan Bravo

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Uno no puede por menos de asombrarse al conocer el dato abrumador de que, por lo que se refiere al consumo televisivo, octubre cierra con una media de 240 minutos por persona al día, lo que supone una subida de 15 minutos si se compara con septiembre. Y habida cuenta de lo que, salvo honrosísimas excepciones, se puede ver, ahora empieza uno a constatar la raíz del progresivo embrutecimiento, o al menos alienación, del pueblo español, y de la necedad generalizada, encumbrando a esperpentos de la talla de doña Belén Esteban.


Hace muchos años, cuando aún no se había creado este invento pérfido de la televisión en masa, preocupado por lo que se veía venir, me atrevía e escribir una pieza teatral titulada ‘Garvilote’, en la que dos errabundos de estirpe quijotesca optaban por idiotizar a la población entera de una ciudad por el simple procedimiento de verter unas hierbas mágicas en el manantial que servía de abastecimiento a sus habitantes. Mi error entonces, claro está, fue no advertir que había un procedimiento más sutil, y bastante más rentable, para idiotizar a las masas, que no es otro que la televisión. 240 minutos suponen cuatro horas a pelo delante de la pantalla, zapeando y tragando basura en dosis perfectamente calculadas. Menos mal que en ese cómputo posiblemente se incluyan a aquellos que, tras media hora, e incluso menos, se sumen en un sueñecillo reparador, mientras el aparato sigue soltando opio por los cuatro costados
España es un país pasivo que se traga lo que le echen y cuyos ciudadanos, como Carneros de Panurgo, se dejan manipular puntualmente, ya sea por los poderes fácticos de la izquierda, ya sea por los de la derecha. España ha hecho de la televisión su guía, su compañera fiel, su consejera y hasta su ángel guardián. ¿Para qué leer? Los libros valen caros, y además hay que leerlos, lo que supone adoptar una actitud activa; es mejor dejarse arrullar plácidamente por los efluvios de la pantalla.

Una forma, a fin de cuentas, de no estar solo(a). Y por si faltaba algo, desde que Telecinco y Antena 3 iniciaran la labor de zapa de las televisiones estatales allá por los años 90, y luego de que la Cuatro y La Sexta entraran a saco aportando al pueblo dosis en cantidades industriales de fútbol envasado -y todo ello, dejando a un lado ese circo que son las televisiones autonómicas-, este año, en marzo, a raíz del apagón analógico, entraban en nuestros hogares las hordas de Gengis Khan, con los canales específicos de la televisión digital terrestre como Neox, La Siete o la insufrible Intereconomía, donde a diario arremeten contra el poder constituido en su empeño por llevarse el gato al agua.

Naturalmente, estas cadenas saben perfectamente lo que pretenden de cara al futuro: facilitar la llegada al poder de Mariano Rajoy, aprovechando el enorme número de descontentos y desesperados como consecuencia de la crisis económica. El problema es saber hasta dónde el pueblo español está desmoralizado, irritado o adormecido. Me resisto a creer que tan burdo instrumento haya hecho de nosotros unos entes manejables y sin criterio, hasta el punto de dejarnos llevar hasta la baqueta por cuatro impresentables. ¿Para cuándo el despertar? ¿Para cuándo hacer uso del criterio propio? Nunca como ahora se torna urgente una auténtica rebelión de las masas, una emergencia del espíritu crítico. Sólo poniendo fin al embotamiento en que andamos sumidos por culpa del opio interesado empezaremos a asumir nuestras propias responsabilidades .