OPINIÓN
ALFREDO FERNÁNDEZ | Miércoles 22 de octubre de 2014
Adrián Gómez ha muerto. Cuando el invierno acaba de oscurecer la temporada, Adrián ha dicho adiós; sin molestar, sin un ruido, sin un mal gesto. De forma inesperada. El final de esta triste historia debe servir para algo. Que la Fiesta es triunfo, pero también tragedia. La muerte de Adrián da grandeza a una Fiesta tan bajo sospecha muchas veces. Como él, los maestros Julio Robles o Nimeño II, que también sufrieron lesiones medulares por un toro y también murieron.
Por proximidad, recuerdo a Adrián en mi niñez. Su familia veranea en Navacerrada y allí, mediados los 80, Adrián, dio sus primeros pasos. Los primeros erales vestido de luces en un pueblo que siempre le guardó gratitud. Estaba llamado a ser un banderillero eficaz.
El último año no fue fácil para él a pesar del cariño y el aliento de su familia. Su buen amigo Juanjo El Segoviano me lo contaba: que a veces se venía muy abajo y lo pasaba mal. El amanecer le daba un rayito de esperanza a una vida condenada al sufrimiento. Las noches se le hacían largas y conciliar el sueño le era complicado, aunque ver a su hijo revolotear era su alimento.
El Segoviano iba a verle muy a menudo. También le acompañaba Michel, el médico taurino de Villalba. Personas anónimas. Al principio está todo el mundo, todo son apoyos, pero luego el tiempo pasa y viene la dureza del día a día. Eso lo sufren los de cerca. En el mundo del toro, en la vida misma, tenemos una memoria frágil.
Pero Adrián nunca tuvo una queja. Nunca una mala palabra contra el toro. Siempre a favor de obra. Agradecido. Con la sonrisa en su rostro. Con optimismo y ganas de superación. Sin poder mover nada, nos dio una lección de hombría. Aquel festival de Vistalegre fue tremendo. Allí enfiló su último paseíllo junto a un nutrido grupo de figuras del toreo que hicieron llenar el palacio madrileño con el fin de recaudar fondos para él.
A todos se nos humedecieron los ojos al ver aquellos brindis, aquella carga emocional tan grande. Muchas muestras de solidaridad. José Tomás no toreó, pero fue el primero en dar una suma importante. En silencio, sin alardes.
Ahora quizá algún antitaurino hasta se alegre de la muerte de un torero. La sensibilidad se tiene o no. El toro se ha llevado un ser humano, a un hombre de bien, y deja viuda y un hijo de cuatro años. Que nadie olvide que esto es real. Hasta siempre, Adrián.¡Torero!