Opinión

Torturas y torturadores

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El mundo de los torturados es un mundo crecido y creciente para desgracia del linaje. Son numerosas las personas que continúan sufriendo lo inimaginable. Unas veces por el mero hecho de no convertirse a una religión. Otras porque el individuo representa a una raza determinada. También son frecuentes en nuestros días las violaciones de los derechos humanos de los inmigrantes en manos de traficantes ilícitos. Asimismo, muchos de los niños refugiados han vivido experiencias traumáticas al ser testigos del incendio de sus casas, de torturas y demás atrocidades que han presenciado contra su propia gente.

Tampoco puede ignorarse el problema de la represión sistemática o selectiva, que sigue padeciendo una buena parte de vidas humanas. En cualquier caso, frente a la persistencia de la tortura en el planeta, también hay que reformar posturas y tomar conciencia del problema: la ciudadanía no puede permanecer insensible e inerte, pero mucho menos los gobiernos de los Estados.

Y en todos los crímenes contra la paz y la seguridad de la tierra, la casta de torturadores no descansa, si cabe aún se ensaña más. La tortura nunca es un fenómeno de un día, que surge por un conflicto, sino que comienza mucho antes; justo donde está ausente el respeto germina el ánimo de los torturadores. Todos tenemos más necesidad de consideración que de admiración. El ser humano necesita ser considerado como tal y someterse a la tortura, por divertimento o negocio del torturador, es lo más despreciable del planeta. Cuidado con este rumbo, porque un mundo irrespetuoso toma como victoria la arrogancia y el suplicio a los débiles.

Por esa falta de estima hacia la vida humana, el mundo de los torturados es un mundo intenso, por el que desborda desesperación y venganza, y también un mundo extenso por la cantidad de torturas que abarca. Igual se alzan países contra países, gobiernos contra gobiernos, ejercitando la enemistad como suplicio, que se tortura a líderes políticos que piensan distinto al poder o se chantajea a personas necesitadas para que colaboren, muchas veces forzadamente, contra supuestos enemigos del gobierno de turno. La limpieza étnica es otra persecución que no cesa y que sigue profanando la dignidad de la persona humana. La tortura a los disidentes encarcelados en algunas prisiones es más de lo mismo, fruto de los extremismos más injustos. Son millares las poblaciones que viven a merced de los torturadores sin moral. Hace falta, pues, redoblar los esfuerzos de prevención y protección, de justicia y de reparación de víctimas, y esto ha de ser tarea globalizada, bajo la motivación de las instituciones internacionales, que son las que deben movilizar la voluntad política necesaria, con las reservas de coraje moral que todos poseemos como personas, para reventar la casta de los torturadores, auténtica lacra social. El azote de la tortura, que devalúa al ser humano y deshumaniza al torturador, es un mal que nos degrada como civilización. Por sus efectos y causas debemos atajarlo cuanto antes, porque se basa en la burla a la persona y en un bochorno contra la humanidad.