EL KIOSCO
O. Seijas
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Cada vez se lo ponen más difícil a los fumadores con las nuevas normas antitabaco. No deseo que los adictos a la nicotina empiecen a jurar en arameo contra mí por decir esto, pero me placen estas medidas que evitarán infinidad de infartos y muertes. La reducción de puntos de venta de tabaco, la eliminación de publicidad tabacalera y las aterradoras imágenes de las cajetillas esperamos que sean un triunvirato ganador. Hasta ahora encontrar un espacio sin humo era un reto: a ver si, desde ya, podemos superar esta situación.
El impulso antitabáquico empezó hace tiempo en un lugar rural, a pocos kilómetros de Calcuta, con la muerte por cáncer de un fumador impenitente de 58 años que frecuentaba la sala de lectura municipal. Los creadores de ella se percataron de la relación entre tabaco y cáncer y resolvieron lanzar un movimiento anticigarrillo en el pueblo. Al principio, la idea de vivir más años, pero sin tabaco, no entusiasmó a los seguidores de éste, pero los ancianos, que imponen la ley en los 250 hogares del lugar y que poseían un notable poder de persuasión, les convencieron, y de inmediato imprimieron unos pliegos de compromiso con el tema ‘¡tabaco, no!’ que fueron llevando por cada casa del lugar, para una recogida de firmas o de huellas digitales. Se suprimió la venta en dos instalaciones del pueblo, que vendían unos 300 paquetes de cigarrillos y de beedis cada día, se les prohibió renovar su stock, y surgieron por todas partes afiches, guirnaldas y banderolas con el eslogan: ‘¡Dejad de fumar, salvad la familia!’, ‘¡Koolimadu, zona de no fumadores! A ellos se unieron militantes de Behru Yuva Kendra. Creo que nosotros también podemos acabar con la sumisión al tabaco.