PUNTO DE VISTA
C. Rizo
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Él sabe que la tijera empleada puede volverse en su contra. Despeñarle por el precipicio. Que en estos tiempos de hambruna, mal favor se hace quien quita. Pero le ha dado a la tecla del recorte. Sin vacilar. Como hace cualquier internauta para cancelar una conversación que ya no le interesa. Obligado por Europa, por las circunstancias, por sus errores o por la misma inercia de lo evidente. Tanto da. Son las expectativas creadas -entregadas- las que se defraudan. Y no hay razones que no suavicen el golpe. Ninguna explicación, por plausible y verdadera que sea, atempera un zarpazo a la cartera. Así es.
En España, desde que nos acuna el Estado de Bienestar, se han dado por buenos los oropeles y las apariencias. Poco ha importado lo fastuoso de una boda Real ni los 60.000 euros de un coche oficial en el que se han paseado peces gordos con corbatas caras. No hubo quien se lanzara a la calle para manifestarse contra estas prácticas. El pan llegaba a casa a toneladas, se disfrutaba en cenas opíparas y, si sobraba, parecía dura su molla para comerla al día siguiente. A la basura los restos. Mañana otra barra.
Lo mismo pasaba con el hormigón, que no ha crecido de la tierra por pura magia, sino porque hubo muchos que lo pidieron, y a los que se lo concedieron, sin reparar en que 40 años de hipoteca a 800 euros al mes no se pagan en una semana a destajo. Dinero para el piso, para el coche, para la boda. Todo cabía en las fauces de una hipoteca cuyos colmillos aún estaban por salirle. Y de qué manera le han salido. Pero es lo que tiene la tentación de lo fácil, la hermosa dama que te invita a pecar en el anonimato de un bar o la conquista de un placer que sólo por una vez se nos brinda: se anestesia, se relaja o incluso desaparece de capacidad de crítica.
La prevención en tales escenarios es propia de una Hormiga que nadie quisimos ser: preferimos a la Cigarra y disfrutar de su ‘Aquí te pillo, aquí te mato’. Ahora llueven chuzos, y de qué manera. ¿Por qué nunca antes salimos a la calle a denunciar la indecencia de los sueldos de las altas esferas públicas? ¿Las pagas vitalicias con que graciosamente vivían -y viven- tras ser removidos de sus escaños? ¿La duplicidad de las Administraciones Públicas, los cargos de confianza, los nombramientos a dedo? Por ejemplo. Ahora que escasea el pan, aguzamos el sentido de la buena gestión. Lógico. En el fondo nos joroba algo que todos hemos fabricado y sostenido. Votación tras votación. Elección tras elección. Somos un poco copartícipes de la afrenta que de pronto nos suponen los emolumentos de quienes ocupan un sillón en el Congreso o del banquero que nos ató de por vida con la mejor de las sonrisas cinco años atrás. Con nuestro voto en las urnas. Con nuestras abstenciones. Pues la democracia en la que vivimos y cuyas bendiciones enarbolamos, exige un ejercicio de asunción de responsabilidades en los resultados obtenidos. No hay democracia sin voto, como no hay democracia sin una responsabilidad solidaria de quienes la gozan.