Opinión

Tiempo muerto

El mirador

Vicente Magro

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hay veces que me pregunto por qué no hacemos en ocasiones un parón en nuestra vidas, en nuestra actividad diaria, para reflexionar sobre todo lo que estamos haciendo y también -¿por qué no?-, en lo que dejamos de hacer. Es lo que en el baloncesto se llama -¡qué deporte más sabio!- tiempo muerto.

En toda la maraña o amalgama de temas que nuestra sociedad nos ofrece surgen interesantes controversias que afrontamos con mejor o peor éxito, pero no nos damos cuenta de que en ocasiones creamos polémicas que nos impiden ver la luz de la auténtica solución, debido al gran bosque de árboles que nosotros mismos creamos; que nosotros mismos nos encargamos de plantar y de regar todos los días. Lo que ocurre es que regamos sólo los árboles de los defectos humanos y dejamos sin agua los que componen y conforman las virtudes humanas, que las hay.

Ni qué decir tiene que sabemos que es esa manía de no ceder ante la opinión de los demás lo que nos veta la llegada de una solución. Mientras tanto, la sociedad y el ciudadano que reclama soluciones que se queda expectante y paciente, como en la película El paciente inglés, pero en castellano. Y es que, una medalla, y hasta dos en algunos casos, deberían darle a todos los ciudadanos que esperan soluciones y se les responde con un “estamos trabajando, página en obras”, como sucede en internet. La realidad parece otra y es que entre lo que unos proponen, otros critican la propuesta sin hacer alternativas, o se crea un “anti algo”, o los problemas seguirán ahí mirándonos cara a cara. Además, al final del túnel nos encerramos en una lucha sin cuartel por mantener nuestro criterio.

Cambiar las reglas a mitad del partido
En baloncesto, cuando las cosas no funcionan se pide un tiempo muerto para reflexionar. Se buscan otras alternativas, se analizan los motivos por lo que se está fallando y se empieza de nuevo el partido en el sentido más amplio de la palabra. Pero en la vida, nosotros somos capaces de hasta cambiar las reglas a mitad de partido y no usamos nunca los tiempos muertos ni para tomar un respiro en la batalla.

Deberíamos, por ello, tomar de vez en cuando algún tiempo muerto y analizar más fríamente si las posturas que mantenemos, las negativas a afrontar cambios y adoptar nuevas actitudes, o aceptar programas que otros proponen son un acierto o un fallo. Yo desde luego me decanto por lo segundo.

Pero todo esto ocurre en la mayoría de las esferas públicas o privadas de nuestra vida y en nuestras relaciones con terceros. Nos movemos con unas exigencias y urgencias que ni nos detenemos a pensar. Parece que se nos escapa el tren constantemente todos los días y cuando a veces nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos con nuestras reacciones con unos y con otros, con nuestros orgullos y con nuestras vanidades, el transcurso de la noche sirve para hacer que olvidemos cualquier símbolo o intención de abandonar esta dinámica destructiva.

Lo dicho: un tiempo, por favor, pero de varios días, que con 20 segundos no tenemos ni para empezar a reflexionar en los muchos fallos que estamos cometiendo con nuestra forma de ser y actuar, con nuestra venganzas e incomprensiones, con nuestro egoísmo y nuestra falta de construir en lugar de destruir. Ya lo decía Curcio Malaparte -¡qué frase¡-: “Hay mucha diferencia entre luchar por no morir y luchar por vivir; entre luchar por salvar la vida y luchar por conservarla”.