Opinión

Pañuelos y libertades

PUNTO DE VISTA

Por: TOMÁS ALBERICH

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Pasados los momentos más agrios de la polémica sobre si se debe permitir en los centros escolares el uso del ‘pañuelo islámico o hiyab, conviene abordar sosegadamente el tema y aportar algunas reflexiones a un asunto que amenaza con volver a los debates nacionales, como lo ha hecho en los últimos años.

Toda esta polémica, con ser simbólica e importante para la convivencia, hay que recordar que es artificial para la mayoría de la población y de los centros escolares, por una razón muy simple: porque desde hace muchos años se ha permitido el uso del pañuelo islámico en la mayoría de institutos públicos, lo mismo que gorras, pendientes múltiples, peinados esotéricos, etc. Sólo se excluye portar símbolos prohibidos por la legislación (como los nazis o emblemas racistas).

Hay muchos argumentos a favor o en contra (la edad de las menores, la presión de los padres...). Hace unos años, chocaba ver que la monja directora de un centro religioso concertado de San Lorenzo de El Escorial explicaba la prohibición en su colegio del pañuelo mientras ella portaba la toca que le cubría totalmente la cabeza. En el reciente caso de Pozuelo, el argumento principal se ha centrado en que no se deben permitir los símbolos religiosos en un centro público. Los que así opinan, desde el laicismo, creo que confunden un hecho central: efectivamente en un colegio público no se debe de permitir que existan símbolos religiosos en la institución. Un centro público no debe exhibir o mostrar en sus aulas, despachos, fachadas, etc., símbolos de una u otra religión, porque España es un Estado aconfesional en el que conviven muchas religiones y también personas agnósticas y ateas y, por tanto, el que aproximadamente la mitad de la población comulgue con la religión católica no puede suponer que un instituto muestre su apoyo a una religión concreta (con crucifijos en las aulas u otros símbolos). Pero que un instituto no deba incluirlos no puede suponer que el alumnado, individualmente, no pueda portar en su vestimenta lo que quiera y esté permitido por la legalidad vigente, como cualquier otro ciudadano. Confundir la institución con los derechos individuales es un grave error. Recordemos que la tolerancia, la libertad cultural y el respeto a las religiones es un símbolo laico. Y dos ejemplos más. Es bien conocido que los tacones altos, para muchos, son un símbolo cultural sexista. Preguntemos a los reglamentistas: ¿Prohibirían, por ejemplo, el uso de tacones de más de ocho centímetros en los institutos? ¿Se imaginan que en Ceuta y Melilla se prohibiera a las adolescentes llevar pañuelo islámico? Si se hiciera, más de la mitad de las niñas se quedarían sin escolarizar. La reducción de las libertades favorece las tesis de los fundamentalistas. Por todo esto, sorprenden las declaraciones partidarias del prohibicionismo de algunos políticos, como las de la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde de Collado Villalba. Aunque éste último no debería sorprendernos tanto al situarse donde le gusta estar, en el centro de todo y en su ‘centro’ político, que justamente es el equidistante entre sus admirados Ruiz Gallardón (líder de obras faraónicas) y Esperanza Aguirre, ultraliberal para la economía pero partidaria de que los reglamentos escolares prohíban llevar tapado el pelo. Nada que ver, como en otras tantas cosas, con la postura oficial de políticos del PSOE, caso del ministro de Educación, partidario de que el derecho a la educación de los menores esté por encima de prohibicionismos trasnochados.