EL KIOSCO
Por: F. J. Martínez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hace unos días, el metro de Moscú sufrió dos atentados simultáneos de dos viudas kamikazes chechenas. Murieron 39 personas y algunas decenas más sufrieron heridas de diversa consideración. Las escenas eran dramáticas y el terror reflejado en la cara de los testigos era una constante en las fotografías que nos llegaban. Otra vez la sinrazón del terrorismo había acabado con las vidas inocentes de personas cuyo único delito era acudir, como cada mañana, a su puesto de trabajo. Viendo estas fotografías se me hacía más presente aquellos días de marzo de 2004. El 11 de marzo varias bombas explotaron en los trenes de Cercanías de Madrid.
La catástrofe fue mayor que en Moscú, pero las imágenes eran las mismas seis años después y a miles de kilómetros de distancia. Un herido permanecía sentado apoyado en una farola, a la espera de los equipos de emergencia, mientras la sangre fluía lentamente de sus heridas en la cabeza. Hace seis años, martes, los bomberos de casco metalizado y equipos ignífugos extraían bolsas negras, cerradas herméticamente, de los restos del metro donde había explotado una de las bombas. En 2004, esas bolsas que transmiten la muerte de un ser humano, anónimo, pero con una historia detrás, se colocaban cuidadosamente en una explanada junto a la estación de Atocha.
Pocas horas después de los atentados chechenos, los ciudadanos colocaban flores, velas y crucifijos en altares improvisados junto a las vías del metro en señal de duelo por los ciudadanos fallecidos. Hace seis años, las estaciones de tren eran invadidas por miles de velas, flores y mensajes de solidaridad y recuerdo. Parece mentira las similitudes que existen entre seres humanos que no han tenido contacto nunca. En estas catástrofes, la idiosincrasia del ser humano aflora de forma espontánea y los sentimientos son los mismos aquí que en Moscú, en Melbourne que en Chicago, en Hong Kong que en Laponia. El ser humano es así, todos somos iguales, no importa la raza, la condición ni la cultura que tengamos; en lo más profundo de nuestro ser todos portamos unos genes igualitarios.
Lo negativo de esta reflexión que pongo negro sobre blanco es el contexto en que se realiza: unos atentados terroristas. La muerte intencionada de un prójimo por el simple hecho de tratar de imponer unas ideas es simplemente deleznable. Cuando la violencia, aunque sólo sea dialéctica, se apodera de un ser humano, éste, aunque lleve la razón, la pierde para siempre.