EL KIOSCO
Por: C. Jiménez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Casi el 70 por ciento de los abusos sexuales a menores sucede en el seno familiar: tíos, abuelos, compañeros sentimentales, padrastros... Pero únicamente es la iglesia la que soporta el escándalo mediático, a pesar de que sólo el 0,004 por ciento del total de los casos denunciados implicaron a algunos de sus miembros (Alemania). En Estados Unidos, al tiempo que se condenaba a 100 sacerdotes católicos, fueron 5.000 los profesores de gimnasia y entrenadores acusados de idéntico delito. Hecho que no sólo no ha trascendido a la opinión pública, sino que ni siquiera ha propiciado un mea culpa por parte dicha federación deportiva, mientras que semana tras semana se desempolvan casos de religiosos y sacerdotes ocurridos hace 50 años para engrosar el rechazo público a dicha institución.
Los abusos sexuales, además de una pandemia, son los actos delictivos más abominables que un adulto puede cometer. Y si estos delitos son cometidos por religiosos, a los que se les supone un plus de honestidad, la decepción y el escándalo cobran una mayor dimensión a los ojos de la sociedad. Por eso no debe sorprendernos que el Papa Benedicto XVI haya pedido públicamente perdón a todas las víctimas que han sufrido los abusos de sus clérigos en varios países del mundo. Los abusos sexuales son una enfermedad que tiene un origen: la hiperestimulación sexual que sufre nuestro mundo desde la cultura mediática y la formación escolar. Además, se desprecia la castidad, que impediría tantas y tantas tragedias familiares (adulterio, divorcio, aborto), la adicción al sexo y a la pornografía. Pero los gobiernos fomentan un libertinaje que destruye a cambio de nuevos votos. Y ese es, precisamente, el peor de los abusos.