PUNTO DE VISTA
Por: J. Sanz
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
De nuevo, por segunda vez, en Cataluña los pamplineros del soberanismo han fracasado en su empeño de demostrar que la mayoría de los catalanes suspira por la independencia de su privilegiada región autonómica, cuyo proyecto de Estatuto, exagerado de concesiones políticas y económicas, está todavía sometido al estudio y análisis del Tribunal Constitucional, que deberá limarlo convenientemente para ajustarlo a la Carta Magna.
En esta ocasión ha vuelto a hacer el ridículo: se ha convocado a referéndum no vinculante; o sea, a un paripé extremista que a nada de lo que pretende conduce. Y así, los ciudadanos de 80 municipios catalanes, con un censo de 290.000 votantes en números redondos, fueron convocados a reclamar la independencia de Cataluña, a expresar su reivindicación de Cataluña como nación soberana. Pues bien, los que se molestaron en ir a votar el día 28 febrero apenas pasaron de 60.000, cifra un 6,5 por ciento inferior al anterior esperpento del mismo corte, celebrado el pasado 13 de diciembre, lo que demuestra el desinterés popular catalán por esta pantomima de repetición.
Se trata de una de las tantas zarandajas de las minorías soberanistas de la izquierda catalana, que repele todo lo que sea netamente español como, ahora, con sectarismo procaz, contra las corridas de toros cuya prohibición en Cataluña propugnan desde su inquina e ignorancia. Sólo porque es la Fiesta Nacional, la fiesta por antonomasia que también celebran, exportada con éxito y sin falsos escrúpulos de ninguna clase, Francia y numerosos países de Hispanoamérica.
Ambas cosas, el risible micro referéndum y la necia añagaza antitaurina, son vanos esfuerzos populacheros por obtener un protagonismo que las masas populares no otorgan a sus promotores, salvo en la defensa del proyecto favoritista de su nuevo Estatuto. Pues, por otro lado, el tripartito que gobierna Cataluña está cada día más desprestigiado. Lo demuestra, entre otras cosas, la opinión del conseller socialista Ernest Maragall de que “ya no tiene vigencia política más allá de su mandato actual”.
Frente a esa absurda e incongruente demanda contra las corridas de toros, se ha alzado la iniciativa de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, secundada por los presidentes de la Valenciana, Francisco Camps, y la de Murcia, Ramón L. Valcárcel, de declarar la Fiesta Nacional Bien de Interés Cultural, como lo es en efecto, de manera indiscutible a poco que se piense. La afirmación de que nadie tiene derecho a matar a un ser vivo no se sostiene. ¿Es que no se come carne de varios animales? Y sobre todo, que lo digan los que aprueban la legalización del asesinato de seres humanos por el aborto, es la máxima disparatada incoherencia.
Para comprender la oportunidad de declarar Bien de Interés Cultural a la fiesta de los toros -ya era hora- basta ser consciente de su influencia en todas las demás artes con incontables obras por ella inspiradas, como la música y la danza, el cine y el teatro, incluida la ópera; la poesía y la literatura, la pintura, la escultura y la arquitectura, con multitud de edificios singulares, sin ir más lejos, la propia Plaza Monumental de Barcelona.