Opinión

Vivir en un mundo de trampas

PUNTO DE VISTA

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Me repele vivir en un mundo de artificios, donde la malicia es la regla del juego y donde el ardid para burlar o perjudicar a alguien se ha tomado como letra de cambio y hasta regla de vida. Algo bochornoso. Bajo estas mimbres tramposas, generadoras de violaciones y de situaciones violentas, por mucho que se nos llene la boca de humanidades, jamás se podrán fortalecer y promocionar atmósferas que aviven los derechos humanos y la formación de estos, que sólo pueden sustentarse sobre el derecho a la verdad, en la que no puede haber matices.


Para huir de este mundo de trampas hay que sentar cátedra en la verdad, formar opinión sincera y universalizarla. Ejemplo. Durante los últimos 20 años, la Convención sobre los Derechos del Niño puede haber trabajado duro, pero los resultados continúan siendo nefastos. Millones de niños mueren antes de cumplir 5 años de enfermedades prevenibles, y muchos más no tienen alimentos, agua, educación, y son víctimas de violencia y explotación.

En una sociedad injertada por las trampas es muy difícil construir un mundo de mundos habitables, por mucho que cuidemos las formas o tratemos de dar buena imagen. La cuestión es el fondo humano, la capacidad de abrirnos a los demás sin afán de dominio. Ya está bien de devastar pueblos por luchas de poder o de utilizar como instrumento represivo contra oponentes políticos las desapariciones forzosas, que en otra época se atribuían en su mayoría a las dictaduras militares, pero que en la actualidad se producen en conflictos internos, siendo una de las peores violaciones de derechos humanos, porque deshumanizan a las personas. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestro orbe, sostienen visiones corruptas, sin tener en cuenta el respeto a la persona. Únicamente los valores morales dignifican las relaciones humanas.

En un mundo de trampas, lo que conviene activar es la confianza, y no hay otra forma mejor de ganarla que con la verdad. Por mucho que se legisle, que la norma sea poderosa, más poderosa es la mentira. Lo refrenda el lenguaje popular cuando dice que “quien hace la ley hace la trampa”. La verdad tiene que hacerse cultura y sentir esa cultura como necesidad.

En absoluto es ético dejar morir a personas por contradecir a gobiernos que manejan a su antojo los fondos públicos, dándole preponderancia al ejército y atemorizando a la ciudadanía que discrepa de la oposición oficial. Tampoco se entiende la indiferencia occidental ante la violencia contra los cristianos. Por cierto, estudios recientes indican que los cristianos son los más discriminados del mundo, cuando la libertad religiosa es una fuerza para la paz. Considero que ningún país, cualesquiera que sean sus circunstancias, puede hacer trampas o sustraerse a la obligación estricta de respetar los derechos humanos. La familia, las comunidades internacionales no pueden ni deben, ante estos hechos degradantes, mantenerse con los brazos cruzados y seguirle la gracia a los tramposos.