OPINIÓN
ALFREDO FERNÁNDEZ | Miércoles 22 de octubre de 2014
Siguiendo el hilo de la pasada semana, comentamos del ejemplo que supuso la construcción de la plaza de Moralzarzal y la hipoteca que sufre el pueblo de Valdemorillo por dar la explotación del coso a un constructor. Entre ambos casos hay muchas diferencias, por si alguien no lo tiene claro. En Moralzarzal, la plaza se sufragó con la venta de los locales comerciales. El pueblo dispone de ella y el Ayuntamiento lleva el mando.
Valdemorillo no lo hizo y vendió su explotación al promotor. Por eso, una plaza es del pueblo y la gestión de la otra, ya sabemos de quien hasta que acabe la concesión.
Y también debemos de matizar un punto. La prórroga concedida por el Ayuntamiento no fue por realizar la cubierta. Una zona vip, un pequeño desolladero y varios azulejos para dar nombre a la plaza de La Candelaria sirvieron para abrir la prórroga de 11 años a 25. ¿En qué estaba pensando la alcaldesa? ¿Quién pone este cascabel al gato? Desde luego que la jugada para San Román. La culpa, como siempre, de quien lo consiente.
Esta semana también hemos conocido los carteles de Ajalvir. No diremos que son los mejores, ni el ejemplo a seguir, pero seguramente presentan más alicientes para el aficionado que los de Valdemorillo. Ya sé que las comparaciones resultan odiosas, pero la verdad manda.
¿Quién no prefiere ver un encierro de Alberto Mateos antes que uno de San Román? Si en Valdemorillo hay toreros con estilo como Curro Díaz, en Ajalvir están Andrés Palacios o Torres Jerez. Si en Valdemorillo hay toreros casi desconocidos, en Ajalvir siempre se podrá ver a un torero triunfador del verano madrileño o a un guerrero como Sánchez Vara.
¿Y la subvención municipal? Ay, la subvención, que en Ajalvir es menos de la mitad que en Valdemorillo. ¿Entonces? En Ajalvir no se televisa nada y las taquillas que hacen se parecen poco a las de la localidad serrana.
Para terminar, me gustaría agradecer desde aquí a algunos estómagos agradecidos que se dedican a darnos publicidad gratuita a través de las ondillas localistas en base al insulto y a la provocación. Nosotros no aplicamos ese estilo y tampoco perdemos el tiempo escuchando su verborrea, seguida por no más de media decena de fieles oyentes.