EL MIRADOR
Por: Julio López
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Un año más la Lotería de Navidad llegó para llenar de felicidad muchos hogares repartiendo euros con generosidad poco equitativa. Unos pocos, mucho; otros más, menos; bastantes, poco, y los demás, nada. Ahí aparecieron, felices como si hubiesen tocado el cielo, probos ciudadanos descorchando, soplando y derramando botellas de cava; gente sencilla exagerando abrazos y llantinas. Todo mentira con tufillo a leyenda urbana. Sé de un par de tipos que dicen que tuvieron una ‘liaison’ con Ava Gardner. Incluso de uno que afirma que sigue los discursos navideños del Rey por el puro placer de escucharlos. Sí, gente así existe. Vaya que si existe. Pero reto a que me muestren uno de esos afortunados tocados por la cornucopia navideña del 22 de diciembre. Yo no conozco a ninguno. Admito que un día estuve cerca, pero aquel amigo que trabajaba donde se cuenta que cayó el Gordo, juraba que, por alguna razón, le fue imposible adquirir el premio y que, a los dos días del sorteo, sus afortunados compañeros seguían en sus puestos de trabajo como si nada hubiera pasado. Sin embargo, ahí están el humilde trabajador, el parado con cinco hijos, los jóvenes que ven expedito el camino para amueblar el piso y casarse o el abnegado padre que sólo piensa en repartir la enjuta fortuna entre sus vástagos... No me lo creo, porque tras las celebraciones se esfuman. Diríanse cuerpos evanescentes o androides que fueron regresados a sus cajas. Pero no. Son funcionarios. Contratados laborales del Ministerio de Hacienda que forman un eficaz y sigiloso comando que se distribuye por pueblos y ciudades para desplegar su histrionismo a mediodía, según la hora convenida. Un disciplinado elenco que representa a la perfección unos arquetipos con el fin de que, en la confianza de tener la misma suerte, continuemos jugando cándidamente a la espera de una caricia de la Fortuna. ¡Dios nos bendiga por nuestra ingenuidad! Porque el mismo fulano que gimotea en los informativos, la peluquera que gesticula, el empleado parlanchín o el grupo que baila una jotica, ya aparecían 10 años atrás ante las cámaras de televisión. Hace 40 lo hacían ante los camarógrafos del NO-DO, hace setenta, aparecían exultantes en la primera de ABC, aún antes, durante el Trienio Liberal, inmortalizados en daguerrotipos y, en definitiva, retratados por un pintor costumbrista en los días en los que la Grande Armée se arrastraba por el blanco infierno ruso.