EL MIRADOR
Por: Joaquín Pérez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Estos días se ha puesto de relieve, sobre el tapete apolillado, confortable y distante de nuestra vida diaria, hasta qué extremo llegan el Egoísmo patrio y la ruindad. Todos sabemos que en Marruecos no hay una monarquía parlamentaria. Todas sabemos que en Marruecos no podría publicarse esta columna, que la ostentación y el lujo de su rey vive a expensas de un pueblo sometido a una pervivencia medieval. Todos sabemos que Marruecos, expulsando de esta forma a Aminatu Haidar, ha violado el Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos, y encima exige que esta mujer valiente y arriesgada pida perdón al rey. Perdón ¿por qué? ¿cómo que perdón? ¿qué perdón? Debería ser Marruecos quien pidiera perdón, y a quien se le impusiera una sanción de las Naciones Unidas, si de verdad existieran, por esta vulneración continua de los derechos civiles y las libertades públicas, frente a la que España, con demasiada frecuencia y por el interés propio, ha mirado mucho hacia otro lado, como el resto de Europa. Así, tras la deportación forzosa de Marruecos de Aminatu Haidar, ella lleva ya más de un mes en huelga de hambre y acaba de ser ingresada en un hospital y podría dejar dos hijos huérfanos y una causa pendiente. Porque ya no es importante si la entrada en España fue afortunada o no, ni si el Ministerio de Interior español tiene un protocolo de actuación fijo para estos casos, o si el Gobierno se equivoca, que parece que sí. Importa que esta madre, que lo es de un pueblo y de sus hijos, ni muera en España ni en ninguna otra parte, para que pueda seguir luchando por los suyos, en una causa noble que éticamente debería ser nuestra.