PUNTO DE VISTA
Por: M. Santín
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Uando el frío viento del otoño barre la desértica avenida de Honorio Lozano y arrastra las hojas caducas, parece como si el casi desierto hogar de Collado Villalba quisiera expresar la tristeza que causa ver uno, otro y otros muchos locales cerrados, con sus escaparates mudos o simplemente pringados de carteles con el manido anuncio de “se vende” o “se traspasa”, representando la historia silente de una vida comercial que puede considerarse clausurada por cien cínicas razones que nadie, hasta ahora, ha podido demostrar, más cuando todos los villalbinos sabemos que en el fondo nada ha tenido que ver con la falta de estímulos al consumidor o de esa parálisis enfermiza, llamada crisis, que tiene paralizado como un veneno mortal el gasto, dado que por entonces (principio de 2007), esa crisis estaba tan distante que hasta el propio presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, hablaba simplemente de desaceleración y tachaba de antipatriotas a quienes utilizaban vocablo. El desastre para el sector comercial villalbino afincado por entonces en la conocida milla de oro, integrado por Honorio Lozano, Batalla de Bailén y calle Real, vino de la mano de un incomprensible y caprichoso proyecto de remodelación y por tanto, de una obra faraónica que afectó inicialmente a las dos primeras calles, generadoras de riqueza y donde el metro cuadrado de local costaba cerca de 5.000 euros. Esta felicidad quedó truncada en el momento en el que el faraón de la city se echó al monte y dijo: ¡la calle es mía!. En un pis-pas entraron las máquinas, los martillos hidráulicos, los obreros sin casco, las motosierras y las hormigoneras llevándose por delante todo cuanto encontraron a su paso. Veinte millones (de euros) dijeron que nos iba a costar la broma y un año el suplicio. La cifra ya va por cuarenta y las obras duraron más de treinta meses. Los efectos vinieron de inmediato: ruina y huida sin retorno para muchos de aquellos comerciantes condenados a echar la llave a sus negocios por culpa de tantos despropósitos. Y como todo lo malo se contagia, al tsunami que ya estaba arrasando Honorio Lozano y Batalla de Bailén, se unió posteriormente (ahora sí), a la crisis acuciante que ni en tiempos de rebajas ha despabilado la preocupante quietud de las tiendas con lunes al sol.
Con el Ayuntamiento obsesionado en promover un gran centro comercial en “Caño de la Fragua” (lo que supondría una puñalada trapera para la mayoría de los comerciantes villalbinos), creo que le ha llegado el turno a los dirigentes de las asociaciones de comerciantes locales y de esas confederaciones por ellos sustentadas, al menos económicamente, para que, de una vez por todas, dejen de politiquear y salgan a la calle a defender los intereses de sus representados, porque en caso contrario se corre el riesgo de que el corazón comercial de nuestro municipio pase de ser lo que antes se denominaba como la milla de oro, en un insignificante centímetro miserable de hojalata.