El mirador
J. Arévalo
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La polémica sigue acompañando a Calixto Bieito, cuyos transgresores montajes difícilmente dejan a nadie indiferente. En este caso fue en la representación de Carmen, de G. Bizet, en el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial.
Al margen de los resultados artísticos (desiguales, por otra parte, aunque conservando el interés de esta producción, que no se representaba en España desde 1999), la noticia estuvo en la ira de un espectador, que se levantó a voz en grito denunciando el ultraje a la bandera nacional.
Andaba un grupo de legionarios jugando con la enseña, unas veces por el suelo, otras a modo de capote, dentro de una escena situada en la Ceuta preconstitucional (como la bandera, por otra parte), cuando el citado ciudadano clamó por el ataque a nuestras señas de identidad. Olvidamos, a veces con demasiada frecuencia, que estamos ante una ficción, y que los montajes contemporáneos habitualmente buscan este tipo de controversia, como así ocurre en los casos de otros directores y compañías. Tampoco hay que darle más vueltas. Así ha sido y debe ser desde hace tiempo, porque la provocación, la búsqueda de los límites, también está dentro de la función de la ópera y el teatro.
Más allá de las anécdotas, lo verdaderamente reseñable es que una producción de estas características, cuya única representación en nuestro país hay que buscarla hace 10 años, en Peralada, haya recalado en el Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial, dando lustre a un ciclo que parece aguantar el tirón pese a los cambios en la gestión empresarial. Quizá el ultraje no sea jugar o pisotear la bandera (preconstitucional, repito), sino que haya que haber esperado una década para valorar aquí un montaje que fuera de nuestras fronteras ha cosechado éxitos rotundos.