Punto de vista
P. Aguado
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
En este país, tan fielmente sometido a los dictámenes de nuestra “Sacrosanta Democracia”, ejerciendo mi no menos democrático derecho a la libertad de expresión, quisiera exponer mis opiniones y hasta temores sobre la crisis, más que económica, de valores humanos, que atravesamos.
No hay duda de que está producida por la vorágine capitalista generadora de guerras, miseria, competitividad feroz, devastación de la naturaleza y otras muchas calamidades. La reacción de la mayoría de los gobernantes ante esta situación tan calamitosa ha consistido en potenciar aún más ese capitalismo creador de la crisis, aunque con el (digamos noble) propósito de ponerle freno. Frenar a los ambiciosos es tan difícil como para los ratones poner el cascabel al gato, más aún si topamos con que la mayoría de los políticos está dotado de buenas dosis de ambición y afán de ostentación y poder, como consecuencia de innegables complejos que los mortifican.
La tierra, siempre generosa, nos facilita productos abundantes para que vivamos cómodamente todos sus hijos; pero es incapaz de producir lo suficiente para sacar la codicia de un solo avaro. El problema gravísimo que tiene que afrontar la humanidad no se soluciona con un aumento de la producción, como pretende el sistema capitalista, sino con un reparto más equitativo de los recursos. Mientras un solo individuo acumule más riqueza que entre muchos millones de seres humanos, seguirá habiendo miseria.
Tal vez pienses, querido lector, que estoy haciendo apología del comunismo. Es posible; pero confieso que me dan pánico los que, alardeando de comunistas y defensores del proletariado, generan mucha más miseria que el capitalismo. El comunismo, incompatible con la naturaleza predadora del hombre, jamás existió y se mantuvo, se mantiene y se mantendrá siempre como una utopía inalcanzable, de la que hicieron y hacen uso y abuso desalmados dictadores.
Y, ante la incapacidad de encontrar formas de gobierno más racionales, no nos queda más remedio que seguir soportando nuestra tan loada Democracia (donde quien más miente más gana), considerada por muchos como el sistema menos malo, aunque, para ser realistas y con perdón de la gramática, podríamos decir que es el ‘menos pésimo’.