Opinión

La Europa del próximo quinquenio

Luces y Sombras

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La Europa de los próximos cinco años, que engloba una masa ciudadana de casi 500 millones de personas pertenecientes a la Unión Europea, sigue avanzando, a veces con el freno en marcha y otras a paso de tortuga, fruto de movimientos descoordinados y faltos de pedal.

Todo parece indicar que debemos concertar más medios y esfuerzos para que se produzca una acción común. Evidentemente, el Parlamento Europeo ha de tomar las riendas y poner orden, o sea éticas, en su hoja de ruta, mediante la publicación de normas consensuadas y el control de sus instituciones. Para ello, los eurodiputados que lo componen, y que representan directamente la voluntad popular, deben priorizar sus trabajos, porque se ha de trabajar de manera inteligente, y sobre todo creyendo en lo que se está haciendo. Tiene que ser posible esa gesta conjunta.

La agenda del nuevo Parlamento Europeo está crecida de cuestiones cruciales como el abastecimiento energético, la regulación de los mercados financieros o la conciliación de la vida familiar y profesional. El desempleo masivo, la protección social que ha de injertarse a ese desempleo, debe ocupar una lugar preferente. La lógica capitalista del máximo beneficio termina por convertirse en la tumba de la economía mundial. En vez de educar en el consumo necesario, avivamos necesidades donde no las hay, para custodiar unas esperanzas económicas reales. Por este camino del consumismo y la permisividad, podremos levantar cabeza, pero la bajaremos más pronto que tarde al hipotecar nuestra vidas a las entidades crediticias. Cuidado con los incentivos que se inyectan para el consumo. Uno tiene que gastar lo justo y preciso, no ser marioneta adoctrinada por un modelo social inhumano. Algunas ofertas de ilusiones intramundanas que se publicitan hasta la saciedad, como los endiosamientos de la ciencia, del consumismo o las búsquedas esotéricas de espiritualidad, no pueden saciar la imborrable nostalgia de autenticidad que requiere el corazón humano. Somos algo más que un puro objeto consumista. No se puede igualar la felicidad personal a la compra de bienes y servicios. El cebo socializado de que “cuanto más consumo, más feliz soy” nos convierte en personas insatisfechas, con un montón de problemas psicológicos a las espaldas.

También el cambio climático debe ser un reto perentorio para los europeístas. Los parlamentarios han de poner en aplicación la legislación comunitaria, cueste lo que cueste, hay que consensuar posturas en Europa y con el mundo, sin obviar la inclusión de los pobres. Cuidar y proteger el medio ambiente es responsabilidad de todos, de forma individual y colectiva. Los planes educativos deben potenciar esta cultura, la del respeto por la ecología. El gran desafío que tenemos los ciudadanos europeos, y también los ciudadanos del mundo entero, es globalizar no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad, respetando y valorando la aportación de todos los componentes de la sociedad. Nadie puede quedar excluido de esta responsabilidad.

Ciertamente, Europa tiene que dejarse oír en todos los foros y debe entusiasmarnos para salir del actual escepticismo. El modelo de vida europeo tiene que conjugar eficacia económica con la eficiencia de la justicia social, el pluralismo político sin complejos con la tolerancia como abecedario, la libertad con la apertura; todo ello aderezado por valores que faciliten no perder el paso democrático.