ALFREDO FERNÁNDEZ | Miércoles 22 de octubre de 2014
Me cuesta admitirlo, pero es la verdad: no hay afición real en la querida plaza de Las Ventas. Se ha podido comprobar en esta primera semana de la Feria de San Isidro. La plaza ha perdido el norte. Un público de aluvión está haciendo que la plaza se llene cada tarde, pero el nivel de conocimientos de los que se sientan en el duro granito venteño está bajo mínimos.
Los abonados regalan las entradas de las corridas que no interesan. Se las dan al portero, al de la cafetería, al compromiso de turno, etc. Suele ser gente que va una vez al año y adiós. Es respetable que vaya todo el mundo a los toros, pero el resultado es que hay tardes en que la plaza peca de dura y exigente y otras, en cambio, da un vuelco con un público generoso, pueblerino y de bullanga. La culpa también es de la empresa por hacer unas combinaciones sin categoría. Con carteles rematados el aficionado suele fallar poco. Y es que la afición actual de la primera plaza de toros del mundo no está en consonancia con la categoría del coso. Pero tampoco podemos equivocamos y defender a los del tendido “7”, que encabezonados en sus tópicos tampoco son el fiel reflejo de los aficionados de Madrid.
Las orejas ramplonas, festivaleras y sin ningún peso concedidas a El Capea o Emilio de Justo han sido regalos fruto de una masa sin conocimientos. Sin embargo, actuaciones solidas e importantes como las de Sergio Aguilar, David Mora o el novillero Miguel Tendero no han tenido el justo reconocimiento. Hay grandes aficionados, pero son minoría y están en medio de la gran masa, que es la que marca el rumbo.