Opinión

Nuevas gripes

Luces y sombras

Miguel Abad

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Eneralmente, cuando uno toma la decisión de comentar cuestiones relacionadas con las enfermedades infecciosas no es conveniente alarmar, pero tampoco banalizar. Esta premisa debe también respetarse en el caso de la gripe. Comúnmente, cuando nos referimos a ella, pudiera parecer que nos encontramos ante una enfermedad benigna, cuyos síntomas, en la mayoría de los casos, no van más allá de un malestar catarral acompañado de fiebre, dolores musculares y articulares; o ante una patología previsible, frente a la cual disponemos de un amplio arsenal terapéutico, basado en la potencia de las vacunaciones y en los modernos fármacos antivirales.

Sin embargo, la realidad es bien distinta, pues la gripe o influenza es una de las enfermedades infecciosas más contagiosas, capaz de provocar, en situaciones de epidemia, una mortalidad nada desdeñable. Desde la década de los años 70 del pasado siglo XX, algunos investigadores reportan 40.000 fallecimientos anuales, solamente en Estados Unidos. En esa misma geografía, esta patología sustrae cada año de las arcas estatales unos 12 billones de dólares. ¿Dónde erradica la peligrosidad de los virus gripales? Fundamentalmente en su alta capacidad de mutación, lo que a veces dificulta la preparación de vacunas específicas contra los mismos. Las epidemias estacionales, que se repiten cada otoño e invierno, suelen ser controladas con las campañas poblacionales de inmunización, destinadas especialmente a los individuos más susceptibles de padecer las complicaciones gripales: mayores de 65 años o enfermos crónicos o inmunodeprimidos. Como regla general, un adulto sano debería superar la infección a base de reposo, hidratación y fármacos antitérmicos y analgésicos.

Pero si la amenaza para nuestra salud proviene de un virus nuevo, mutado, el problema adquiere una mayor magnitud. Además del hombre, los virus gripales pueden infectar diversas especie animales, como las aves y los cerdos. Determinados virus pueden saltar desde el reservorio animal al hombre, como ocurrió en 2003-2006 con la denominada gripe aviar, en el Sudeste Asiático. Si el virus animal es capaz de mutar al infectar al ser humano, entonces resultaría mucho más factible la transmisión entre las personas a través de las secreciones respiratorias y de la tos. Así podría originarse una epidemia o una pandemia.

El brote actual de la mal denominada gripe porcina está causado por la cepa H1N1 de virus de la influenza. E insisto en lo incorrecto de la denominación, pues este virus no se ha detectado en los animales ni se transmite por el consumo de carne de cerdo. El H1N1 fue el causante de la pandemia que asoló al planeta entre 1918 y 1919, provocando entre 50 y 100 millones de víctimas mortales. Está claro que la situación sanitaria no era entonces la misma que en la actualidad, si bien el impacto de esta enfermedad entre los sectores más deprimidos de la sociedad, privados del acceso a los servicios generales de salud, podría resultar altamente preocupante.Aquella gripe también tuvo un calificativo inexacto. La gripe ‘española’ ni siquiera se originó en España. Fue traída a Europa por las tropas norteamericanas acantonadas en Fort Riley (EE UU), que aguardaban su traslado a los sangrientos campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. España, todavía lamiéndose las heridas provocadas por la pérdida de las últimas colonias de ultramar no participo en el conflicto, y nuestros medios de comunicación escaparon de la censura para informar sobre aquella devastadora epidemia.