Luces y sombras
P. Antón
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El gobernador del Banco España, en una comparecencia ante el Congreso, pidió la urgente reforma de las pensiones, en el sentido de aumentar la edad de jubilación, como ha hecho Alemania, porque cree que de otro modo el sistema de Seguridad Social entrará en bancarrota a medio plazo. Ha anunciado también que las cuentas del sistema entrarán en déficit este año, cosa que el ministro de Trabajo se ha apresurado a poner en cuestión.
Fernández Ordóñez repite lo que de tanto en tanto oímos proveniente de sesudos organismos financieros internacionales y autóctonos, normalmente unido a una petición urgente de reforma de la legislación sobre el despido. Y algunas propuestas asombran en su argumentación banal sobre esto último, pues no explican como es posible que con estas mismas normas hayamos disfrutado de un envidiable crecimiento económico en los últimos decenios. La Seguridad Social siempre ha estado en quiebra, y son innumerables las reformas de su historia centenaria. Por ejemplo, la pensión de jubilación, inaugurada en 1908 (seguro voluntario incentivado), pasó de requerir inicialmente unos tres años de cotización previa a cinco con el SOVI de 1939, luego 10 en 1966, y finalmente 15 en 1985. El sistema es tan elástico que todos los años hay reformas, casi siempre positivas para el beneficiario, por ejemplo en maternidad o en viudedad. Se trata de un estado de crisis permanente, y a quienes nos movemos en este campo no nos asustan las premoniciones en tal sentido. En segundo lugar, el argumento principal radica en el envejecimiento de la población, y se hacen proyecciones de que en 2050 todos estaremos calvos y la Seguridad Social no podrá con tanto anciano. En lo cual los economistas son unos linces, porque calculan hacia el futuro en línea recta, como si yo lanzara un balón al aire y, viéndolo ascender vigoroso, calculara que a ese paso llegaría al cielo sin ninguna duda. Ciertos economistas -Jiménez Ridruejo, Zubiri Oria- han introducido variantes en tan simple proyección y los resultados cambian como por ensalmo.
En tercer lugar, de la quiebra de la Seguridad Social se viene hablando desde que en los años 70 la norteamericana sufrió una fuerte crisis por los cálculos erróneos que llevaron a otorgar aumentos desmesurados a los beneficiarios. El error se corrigió y desde entonces hay superávit. En cuarto lugar, hay una sospechosa convicción de la quiebra por parte de los organismos financieros y de los economistas vinculados a ellos . Es evidente que la alternativa al sistema público está en el sistema privado, y los bancos y compañías aseguradoras aumentarían su parte de la tarta en el caso de reducir el volumen de aquél.
Como decía al principio, las reformas de la Seguridad Social son cosa de siempre, y habría que continuar con ellas para ajustar las cuentas a los ciclos económicos. Pero el sistema español aún tiene mucho fondo antes de llegar a la quiebra, incluso aunque entre en déficit, porque mantenemos demasiadas alegrías y vicios de gente rica que no deberíamos apoyar por más tiempo. Me referiré a algunos: la incentivación del absentismo al completar los convenios colectivos el 100 por 100 de la prestación por baja temporal; que la incapacidad permanente tienda a ser para toda la vida; que la prestación y el subsidio de desempleo se entreguen sin contrapartidas; que poca gente aguante hasta la edad ordinaria de jubilación (65 años) porque las empresas no los quieren e incentivan su salida... Y es que la Seguridad Social se toma por un pozo sin fondo a donde todo el mundo pretende tirar sus cacharros. Pero ni es pozo, ni son cacharros. Tenemos un sistema de solidaridad magnífico que debemos perfeccionar para que rinda al máximo. En este sentido, el derroche y la venalidad no pueden permitirse en el ámbito de lo público si queremos que todos tengamos un buen servicio.