El mirador
R. Mérida
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Los romanos echaban a los leones a todo aquel que sobresalía por algo, es decir, que no se ajustaba al estereotipo de la época. Por la arena pasaron cristianos, prisioneros, esclavos y, claro está, leones. Y, por cierto, también domadores de estos. Y es que los romanos tenían serios problemas para que los leones atacaran a alguien.
Según las crónicas de la época, los felinos pasaban olímpicamente del asunto. Eso, pese a que los domadores les preparaban los meses previos, alimentándolos con un menú a base de carne humana perteneciente a esclavos. Y también dejándolos sin comer los días antes. Pero, como la naturaleza es sabia, ni lo uno ni lo otro sustituía al alimento básico de éstos: carne de animal en libertad al que pudieran cazar. Así las cosas, al parecer los leones se paseaban por los cosos buscando la puerta de salida. Y dicen que el emperador, cuando veía dicha situación, hacía normalmente llamar al domador y le daba un ultimátum: o el león se cargaba a alguien o él moriría en su nombre. ¡Dicho y hecho! La mayoría de veces, los soldados mataban al domador y, ya de paso, a aquellos a los que el león le había perdonado la vida. Por cierto que dicen los cronistas que, aunque los leones, siempre eran los mismos, se contaban por cientos los domadores que iban cumpliendo con tan penoso destino. Supongo que de allí nació otro dicho popular, aquel de “no es tan fiero el león como lo pintan”.
Así que, ya saben, del único animal del que de verdad hay que cuidarse, es del hombre, entre otras cosas porque siempre hay alguno dispuestos a echarte a los leones. Y, aunque éste no ataque, ya intentará él rematarte como pueda.