El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Es sin duda la Semana Santa más importante del mundo. No hay otra como Sevilla en Semana Santa. Algunos la tachan de irreverente por considerar que es una fiesta cuando realmente lo que se conmemora es el dolor y la muerte de Cristo, y como tal hay que estar serios y en silencio. Pero quien va a Sevilla y vive su Semana Santa desde dentro, de la mano de un sevillano, verá que sí que es una fiesta, pero llena de devoción y de respeto. No tengo nada en contra de cómo se vive la Semana Santa en otros lugares como por ejemplo en Castilla, pero cuando era pequeña y no tan pequeña, el mero hecho de ver a los nazarenos, callados, con aquel aspecto lúgubre hacía que sintiese escalofríos.
En Sevilla la Semana Santa salta la pasión y la devoción. Da igual que no sea creyente, vivirás tales momentos de intensidad, de pasiones dolorosas, que cualquier corazón con un poco de sensibilidad se sentirá emocionado. En Andalucía la pasión de Cristo se vive de otra manera, eso está claro, pero en ningún caso es de modo irreverente. Las familias preparan su Semana Santa durante todo el año, hay quien se viste de nazareno, quien se pone la mantilla para ir delante de su Virgen o simplemente para contemplar la Semana Santa en sí. Sin olvidar a los costaleros, que durante meses se preparan para desarrollar ese trabajo suyo tan duro y devoto, porque llevar sobre sus espaldas los pasos, tan grandiosos como pesados, es un puro acto de fe. Y cuando una procesión no sale por la lluvia, llegan las lágrimas entre los cofrades, y es que visto desde fuera no se entiende, pero que no salga tu Virgen y tu Señor en Semana Santa es algo realmente duro.
La grandiosidad y la belleza de todas (o casi todas) las tallas de la Semana Santa sevillana es imposible de encontrar en otro lugar. Tallas magníficas también las hicieron personas como Salzillo en Murcia o Gregorio Fernández en Valladolid, sólo por poner un ejemplo. Pero es que Sevilla tiene decenas de tallas magníficas de escultores tan conocidos como Juan de Mena, entre otros. En ninguna otra ciudad del mundo es posible encontrar una Semana Santa con tanta belleza, con tantas obras de arte en la calle, con la grandiosidad de sus palios y sus vírgenes coronadas con sus mantos bordados a mano con tanto cariño.
Por supuesto, también tiene inconvenientes, porque al ser una fiesta única en el mundo, muchos vienen a verla. En un viaje en tren que hice hace años de Ferrara a Venecia conocía a una anciana veneciana que me habló de la Semana Santa en el mundo. Ella había estado dos veces en Sevilla y lamentaba no poder volver a ir por su avanzada edad, pero que la Semana Santa sevillana no se le olvidaría nunca. Y la verdad es que no es para menos. Llega un momento en el que no importa el cansancio, ni las aglomeraciones de miles de personas por las calles, ni la espera durante horas. Si por mi fuera, ya me hubiese ido el Domingo de Ramos para ver las decenas y decenas de cofradías que salen a la calle en estos días. Otro año será.