La plaza
Bernardo Díaz
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Telefónica anuncia la rebaja de los servicios a sus abonados que se queden en paro. Con una reducción máxima de 20 euros mensuales, la medida supondría, seguramente, menos de 100 millones al año. Un pequeño sacrificio para una compañía que cerró 2008 con un beneficio neto de 7.600 millones de euros, pero que contribuye a aflorar las angustias de los angustiados... Simbólicamente, a que no se desconecten del sistema. Esta buena iniciativa debería encontrar réplica en otras grandes empresas.
Las corporaciones que, en tiempo de bonanza, hacen brindis al sol, o se apropian de las ideas de sostenibilidad, ahora, durante un par de años malos, pueden echar el resto. No en balde vienen de vivir muchos muy buenos. Los transportes públicos, aun reduciendo las tarifas a quienes pierdan su empleo, ni siquiera llegarían a repercutir la fuerte caída en el precio de los combustibles. ¿Qué no decir de las compañías de gas y electricidad, adelantadas en la retórica de la responsabilidad social corporativa...? He aquí su gran oportunidad.
¡Cuánto podrían hacer los bancos! Durante años, han mostrado resultados asombrosos. En sus registros hay rastros de la especulación, del endeudamiento impagable, de la suspensión al consumo sin freno. A ellos se les abren ahora las puertas de las inyecciones públicas, en la creencia de que los créditos a la industria frenarán la destrucción de empleo. Para las economías al borde del colapso, bastaría con la supresión de comisiones, el ajuste de los intereses de los créditos al precio real del dinero y gestos que mitiguen el gran desamparo de quienes, habiéndolo perdido casi todo, agotan la última esperanza en el mostrador de una oficina bancaria.
De Estados Unidos nos llegan noticias esperanzadoras. El presidente Obama apela al sentido común y califica de ultraje el dislate de aquellos causantes de la crisis, rescatados con dinero público, que ahora tratan de cobrar sobresueldos como premio a su gestión... Gestos que aquí debieran ahogar el desahogo de especuladores y corruptos. Gestos en la reducción de sueldos de los altos cargos, pero en especial de los de las administraciones locales, tan cercanos a la fiebre urbanística, con ediles que aún siguen percibiendo sueldos superiores a los del propio presidente del Gobierno.
No parece que en esta gama de gestos encaje la propuesta hecha en Sevilla por José María Aznar hace unos días, cuando apelaba a una mayor dosis de moralidad, porque, a renglón seguido, habló de nuevas privatizaciones de empresas públicas. Aznar parece que nos quiere decir que con él esta agonía nacional no hubiese ocurrido, pero, en realidad, lo que pide cuando el mundo recurre a la tabla de salvación del Estado, es que privaticemos los chalecos.