Opinión

Crítica y autocrítica

El mirador

V. Quiroga

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Aseguraba un amigo mío, por lo general muy bien informado en materia política, que es probable que el PP gane las próximas elecciones, si bien opinaba: “Más que por méritos propios, por desméritos e incorrecciones de su adversario político”. Y añadía, lo que no deja de tener cierta aguda ironía. “Igual que el Barcelona en la Liga”. Puede que sea así, pero es una arriesgada opinión cuando expertos televisivos aseveran y pontifican que es “el mejor equipo del mundo en la mejor liga del mundo mundial”. Es la consideración generalizada de este ámbito nuestro de la hipérbole desmesurada, los maximalismos y las alegres exageraciones.

Tanto dogmatismo y tendencia a la infantilidad, también muy propia de una inquietante mayoría de nuestros ciudadanos, incluidos infinidad de políticos y voceros mediáticos, evidencia la falta de una reflexión o autocrítica. Pero ya sabemos que la autocrítica no está bien vista. Se considera derrotista, pesimista, catastrofista, una especie de juicio menor que puede merecer cualquier ejercicio. No, la autocrítica no se lleva. El pensamiento reflexivo no se detiene ante el autojuicio cuando es tan necesario. La positiva evolución de España en los últimos 30 años, que tanto ha propiciado la autocomplacencia y el optimismo más desaforado y muchas veces inconsciente, nos ha llevado a esta ausencia de crítica o autocrítica
Sin embargo ambas apreciaciones o análisis son imprescindibles para que la sociedad pueda avanzar. El grado de autocomplacencia, autosatisfacción y beatífico contentamiento, tal vez fundado en que se había destruido maldiciones atávicas y viejos victimismos, marginalidades históricas e incluso políticas, logrando un desarrollo económico de homologación considerable y vital, tal que habíamos pasado de ser una población de inmigrantes a convertirnos en el país de Europa que recibía alegremente mayor número de inmigrantes, íntimamente complacidos y alborozados porque habíamos superado años de supuestas limitaciones, nos han distanciado hasta el olvido de tentaciones críticas dañando irremisiblemente la cultura de la responsabilidad. Y así hemos llegado a esta situación caótica, preocupante, de imprevisibles consecuencias económicas para muchos o para todos. Y apelando a los demonios extranjeros, a esos dioses aparentemente lejanos convertidos en duendes catastróficos más cercanos, tratamos de exorcizar falsamente lo que en realidad son errores garrafales cometidos por nosotros mismos y por nuestros dirigentes.