Opinión

Cacerías de todos los tipos

El mirador

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
No sabemos bien lo que sucede, en qué suerte de infierno panza arriba se comercia la realidad del día. Desaparece una niña y la sospecha es que ya no vuelve a aparecer. Luego este suceso se matiza, al conocerse el desenlace, y lo terrible se sube a las barbas sangrientas de la noticia como biografía, como apunte crucial de una familia que no podrá mirar hacia mañana sin una turbación de dolor frío.

Antes, las fotos de la muchacha han sido un reclamo en cualquier parte, en las estaciones de autobuses de cualquier pueblo de Andalucía, y también en las calles de Madrid y de muchas otras ciudades españolas. Frente a la probabilidad de lo salvaje, ha habido una esperanza amarrada al enfoque de esa fotografía, de ese rostro suave apalancado a la vida, como si todas esas imágenes desparramadas por las cristaleras de las estaciones de tren de toda España fueran un reclamo frente al tiempo o la esperanza, acaso fragmentada su definición. Ahora, ya sabemos que el ex novio ha confesado ser el autor culpable del crimen.

Ayer, mientras escuchaba la radio, me he topado con la fotografía de la cacería famosa, donde el juez Garzón aparece andando entre las piezas bien cazadas, cazadas o tiroteadas, desde un puesto en el monte que es la garantía de una ejecución. Puede ser que el encuentro entre Garzón y Bermejo fuera casual, puede ser incluso que no hablaran de los temas de Madrid, de la espina interior de una corrupción que puede reventar el erizo inflamado de la inmoralidad política, pero la soberbia del ministro en las declaraciones posteriores, como si él no fuera también la mujer del César, sino cualquier corista en vías de extensión, nos acerca también asa actualidad turbia bajo la espuma herida de una desolación.