Opinión

La tiranía del subconsciente

José María Hernández

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Ser autoridad se basa no sólo en la capacidad para realizar ciertas funciones sociales, sino también en la esencia de una personalidad que ha conseguido un alto desarrollo. Estas personas irradian autoridad por sí mismas y no necesitan dar órdenes ni amenazar.

Son individuos muy desenvueltos que se muestran por lo que son y no por lo que hacen o dicen. Hoy asistimos a la constante ceremonia de una clase política instalada en el perpetuo saqueo del presupuesto público. Una clase política de arrebatadora mediocridad que se afilian a las Juventudes de su partido sin otro propósito que medrar. Son pseudopolíticos cuyo cometido es salvar su ‘yo’. Estos personajes de dudosa catadura moral, en lugar de expresar su personalidad de manera creadora, buscan la liberación de los síntomas neuróticos, refugiándose en una vida de fantasía con la ayuda de mecanismos de evasión que resultan de la inseguridad del individuo aislado, para intentar superar su insoportable estado de soledad. Su egocentrismo les impide ver otros caminos, retroceder, tratar de superar la soledad eliminando la brecha que se ha abierto entre su personalidad individual y el mundo que les rodea. Mitigan su insoportable angustia y hacen posible su vida evitando el desencadenamiento del pánico en sí mismos. Pero no solucionan el problema y adoptan un tipo de vida de carácter compulsivo, carentes de sentimientos profundos ético-morales tales como concordia, consenso, humildad, compañerismo, generosidad, amor, fraternidad, solidaridad. Gentecilla que con frecuencia echa mano del engaño ideológico de lo que es y no es democracia, con sermones bonitos cuya misión es impedir que la libertad pueda dar la iniciativa a los gobernados.