J. Aguilar
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Otro mito español que agoniza ante el implacable proceso de europeización y modernización económica: la siesta está siendo desterrada del sistema de hábitos populares. La idea- que atrae a muchos turistas- del español que sestea para descansar y mitigar el calor (sobre todo en verano) es ya casi más de una costumbre de los propios turistas ganados por la causa de la singularidad de España que de los nativos, perdidos por la causa del trabajo y sus restringidos horarios.
Una fundación de educación para la salud, en complicidad con la Asociación Española de la Cama (a la que supongo implicada en la fabricación de colchones), ha elaborado un estudio sobre la base de 3.000 españoles mayores de edad, según el cual únicamente el 16 por ciento de la población duerme la siesta a diario, mientras que casi seis de cada diez no sestea nunca y uno de cada cinco lo hace sólo en ocasiones: los fines de semana, cuando está especialmente cansado o cuando se le han acumulado los malos dormires nocturnos.
Incluso entre los sesteros diarios, abundan los que se conforman con la típica cabezada de sillón o sofá, verdaderamente reparadora, mientras que son los menos los que se permiten preservar la tradición hispánica de meterse en la cama tras el almuerzo, con pijama puesto y orinal preparado, a pesar de la evidencia contrastada de que la siesta prolongada suele alumbrar un despertar malhumorado y poco relajante. Yo lo veo como algo más bien de jubilados u ociosos de amplia trayectoria para los que la siesta forma parte de su personalidad y que no entienden la vida sin poder echarla. Son la minoría, ya digo.
¿Qué le ha pasado a la mayoría? Pues que no pueden dormir la siesta. Los horarios laborales sometidos a la tiranía de la jornada partida y la lejanía de los centros de trabajo (sobre todo en las grandes ciudades) con respecto a las viviendas en la sociedad urbana se han conjurado para impedírselo. Y la prisa y el estrés de eso que llamamos vida moderna hacen el resto: aunque uno disponga de un par de horas para el almuerzo y la sobremesa en casa, el tiempo de los traslados y las preocupaciones cotidianas le agobian tanto que, aunque lo intente, no consigue conciliar el sueñecito que haría que se levantara como nuevo. Ni siquiera viendo los documentales de La 2...
“La siesta es sagrada”, han dicho millones de españoles en el pasado. Bien, pues eso se acabó. Ahora la siesta es completamente laica y casi nadie la respeta. El caso es que seguimos durmiendo por la noche menos de lo que el organismo necesita, trasnochadores de la calle o de la tele, pero no recuperamos el sueño perdido a mediodía. Llegará un momento en el que el raciocinio se impondrá. Madrugaremos más y acabaremos el trabajo a las cuatro o las cinco de la tarde (como ocurre en muchos países europeos), comiendo un sándwich en un rato. Entonces podremos recuperar la siesta, pero ya será tarde: nos faltará costumbre.