El mirador
Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
La libertad en el mundo retrocede en 2008 por tercer año consecutivo. La crisis se ha tragado también la rebeldía contra el sometimiento. Como antaño, hoy también hace falta liberar cadenas y forjar libertades como derecho de todos y no privilegio de algunos. La autonomía como persona no es para soñarla, sin lugar a dudas, es para vivirla.
Por desgracia, por ejemplo, cada día somos menos dueños de nuestra propia vida. La inseguridad del mundo nos acorrala, aunque se nos diga que los ciudadanos gozan de una libertad sin precedentes para viajar, trabajar y vivir donde quieran, Cuestión esta última que no es del todo cierta, salvo la ciudadanía europea que juega con ventaja en este espíritu inmigrante que tenemos los humanos para mejorar de vida.
Hay otras libertades además, como pueden ser la de expresar libremente las ideas, la libertad de cátedra o de enseñanza, de convicciones religiosas, que también exigen una permanente tutela de los Estados a un derecho inalienable, innato, que no admite parcialidad alguna respecto a un grupo, en detrimento de los demás, como a veces pasa.
El retroceso de la libertad es siempre una mala noticia. ¡Qué menos poder pensar y hablar sin hipocresía! Por desdicha, en muchas ocasiones el derecho se supedita a determinados poderes. También en los países democráticos. En España, el disfrute de esa libertad también ha reculado, en la medida que no funcione una seguridad pública capaz de prevenir y sancionar con efectividad cualquier tipo de amenazas, o tengamos un poder judicial incapaz de resolver los conflictos con celeridad. No puede darse libertad bajo un clima de mentiras como el actual. Quizás por ello abunden tanto predicadores de libertad, porque la prisión es manifiesta. Ciertamente, se precisa que cada persona tenga derecho a ser lo que es según su conciencia, a poder pensar y propagar sus ideas. Y todo esto en virtud de la plena dignidad de la persona humana.
El aluvión de actitudes sectarias, de resentimiento y rechazo a los que no piensan como las mayorías, es algo público y notorio. Resulta imposible, pues, que se llegue a una eficaz cultura de la paz, mientras no se active la auténtica libertad de vivir y dejar vivir; de hacer lo que se debe, en lugar de lo que se quiere.