Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Una sociedad mundial multiforme que genera tantas oportunidades y esperanzas como interrogantes y peligros exige reclamos que lleguen al alma de la ciudadanía. El que el número de aspirantes a terroristas suicidas se acreciente es el primer fracaso de la cultura de la convivencia. Lo que sucede es que para vivir unidos se requiere un verdadero nexo humano, bautizado por la comprensión.
Disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones, bajo la hoz de un sistema excluyente que lo basa todo en la producción, es casi un amor imposible. Por eso, la situación demanda cambios en las organizaciones y, sobre todo, evitar interpretaciones relativas de los derechos humanos, lejos de intereses nacionales y partidistas. Hemos entrado en tantas crisis, que la económica es una gota más de agua en el mar del desconsuelo. El interés financiero no debe convertirse nunca en algo exclusivo, porque de hecho mortificaría la dignidad humana. Hoy el gran desafío es globalizar no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las perspectivas de solidaridad, respetando y valorando la aportación de todos los componentes de la sociedad.
Volviendo los ojos a la madre patria, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acaba de pronosticar que dentro de un año “estaremos tocando con las manos la recuperación económica”. Como esperanza está bien, pero como propósito habría que añadir a ese crecimiento monetario la búsqueda de un desarrollo humano y social integral.
También dice que con el nuevo año se abre “un periodo de cooperación en la España de las autonomías y los ayuntamientos”, un año en el que todos “vamos a aprobar un nuevo modelo de financiación, con más recursos para las comunidades autónomas que, en el 80 por ciento, van a ir destinados a la Educación, la Sanidad y la Dependencia”. La idea, que puede ser buena, también precisa de un transparente mecanismo de control y evaluación de resultados, para huir de influencias corruptoras.
Entre los reclamos para 2009, me quedo con aquellos mercados y políticas que sitúan a los indigentes en lugar predilecto para sus actuaciones; con aquellos poderes judiciales independientes, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley; con aquellas haciendas cuyos garantes subordinan la riqueza del país al interés general. Con una desfachatez brutal, los caudales públicos, que son indispensables para invertir en atención médica, escuelas, medio ambiente, infraestructuras, no siempre llegan a su destino y a la causa programada. Los sistemas injustos antes y después pasan factura a todos. Por ello, lo que hoy necesitamos quizás sea liderazgo de autenticidad y actuar al unísono, sobre todo en valores de justicia e igualdad.