Opinión

Recorte de libertades

N. Alcañiz

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Muchos españoles, entre los que me incluyo, estamos orgullosos de nuestros 30 años con la Constitución de 1978. En los años precedentes habíamos vivido terribles experiencias, desde la II República, caracterizada por la violencia, los tiroteos, la quema de iglesias, el asesinato y tortura de clérigos, hasta la época franquista, con la privación de libertades fundamentales y con la represión, sobre todo en sus inicios, de las personas que no tenían las ideas impuestas por el Régimen.

Pero el consenso constitucional ponía fin a esas épocas oscuras, y nos trajo una de las cosas más bonitas que puede haber en la vida: la libertad. Esa misma libertad que permite a personas, como por ejemplo Joan Tardá, presentarse a unas elecciones democráticas para representar al pueblo. Esa misma libertad que continuamente sobrepasan algunos. Recordarán al diputado Tardá hace unos días. Pues bien, lejos de arrepentirse, para más socarronería, reafirmó posteriormente las palabras pronunciadas en el mítin de las Juventudes de ERC: “¡Viva la república, muera el Borbón!” Espero que la justicia actúe.

Y es que en algunos territorios se viene produciendo un recorte de libertades y una merma democrática, avalada unas veces por nacionalistas secesionistas, otras por socialistas, y otras por los dos. En Euskadi se produce desde hace muchos años y de una manera por todos conocida, por lo tanto, sobran las palabras. En Cataluña no se produce con pistolas la merma democrática, pero sí de una manera totalmente detestable. Hace unas semanas salieron a la luz varias cartas a empresarios en las que, por parte de la Generalitat, se instaba a estos a que sustituyeran sus rótulos escritos en español por el catalán. Poco después se conocieron las multas impuestas por rotular en la lengua de todos.

Y lo más preocupante de todas estas acciones es que en algunas es protagonista y en otras cómplice el partido que tenemos al frente del Gobierno, al obviar que los derechos lingüísticos no son de los territorios, sino de los ciudadanos.