TRIBUNA
E. Montiel
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Si yo fuera, no sé, José Luis Rodríguez Zapatero mismo, no habría tardado ni un minuto en, una vez comprobada la veracidad, haber puesto al alcalde de los tontos de los cojones en lo redondo de la calle. Por sencilla profilaxis, higiene democrática elemental. No estamos aquí para que un dirigente político le diga a 10 millones de españoles, o los que sean, aunque fueran 10, que son unos tontos de los cojones por votar al Partido Popular.
Ni lo contrario, por supuesto. Quiero decir que si un dirigente del PP llamara a los votantes socialistas tontos del culo, por poner un ejemplo (al parecer hay no sé cuántas subespecies de tontos), debe hacer el petate e irse a la calle. Por eso precisamente, porque el tonto del culo sería él.
Es lo mismo que con el diputado Tardá, que ahora dice que se refería a Felipe V, que hace siglos que entregó la cuchara al Altísimo, cuando pedía en un mitin la muerte del Borbón, porque el Borbón es Su Majestad el Rey Juan Carlos I. A la calle, digo. Conste que no digo a la cárcel; con que no volviera a entrar en el Parlamento me conformaba. O que saliera, como mínimo eso. Que no le salga gratis la enormidad ni la complacencia con el incendio del ataúd en donde queman la Constitución que nos ha dado 30 años ininterrumpidos de paz, progreso, solidaridad y libertad.
En estos días se ha recordado (la gente desgraciadamente no es como una cuñada que tengo, que suele decir que tiene “mala memoria pero buenos recuerdos” al botarate de Lerroux, que fue jefe de un gobierno de la II República y recomendaba a sus jóvenes bárbaros que levantaran el velo a las novias y las elevaran a la categoría de madres. Con botarates como los presuntos y susodichos luego pasa lo que pasa, que un día alguien manda parar por la ley del cántaro y la fuente. José Blanco, por ejemplo, con lo de Esperanza Aguirre, que callado hubiese estado guapo, guapo, guapo. O conspicuos de muchos partidos, que les importa un bledo nuestra paz, nuestra tranquilidad y nuestra seguridad. Y que, si pasa algo, son los primeros que se echan cenizas por la cabeza y lloran como mujeres lo que no supieron defender como hombres, o viceversa.