TRIBUNA
Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
ETA nos está torturando con esos asesinatos”, ha dicho el lehendakari, Juan José Ibarretxe, en su comparecencia tras el asesinato en Azpeita (Guipúzcoa) del empresario de 70 años Ignacio Uría Mendizábal. Totalmente de acuerdo. Una gran verdad. Esto tiene que finalizar. El terror no puede someter al pueblo ni a las instituciones legítimas.
Tal práctica es intrínsecamente perversa, del todo incompatible con una visión democrática y unos valores éticos de la vida. No sólo vulnera libertades, enraíza una intolerancia que hay que perseguir y juzgar, aparte de condenar con firmeza. Los terroristas no saben otra cosa que matar para provocar miedo, incertidumbre y división en la sociedad.
En su lucha contra el terror, la sociedad tiene tres armas: la ley, la opinión pública y la conciencia moral. Todas las fuerzas vivas del Estado han de trabajar conjuntamente, con todos los medios legítimos a su alcance, para que la norma se cumpla en su totalidad. Y toda la sociedad, sin exclusiones, estamos obligados a anteponer la unión contra el terrorismo.
Generar opinión pública es tan preciso como necesario para proclamar que es objetivamente ilícita cualquier colaboración con los terroristas, con los que los apoyan, encubren o respaldan en sus acciones criminales. Injertar conciencia moral es de gran importancia para que se considere y estime a la persona y a sus derechos como inviolables y parte esencial del bien común.
La tortura de ETA exige un esfuerzo social colectivo de los demócratas. Nadie puede eximirse del rechazo contundente a la violencia como medio de actuación con finalidades políticas. Hay que ir más allá de la mera condena. Las indecisiones, o las divisiones entre las personas e instituciones democráticas, siempre pasan factura. Son aliento y fortaleza para los terroristas.
Es cierto que ETA nos está torturando a toda la sociedad con estos asesinatos, pero esta verdad lo que reclama son respuestas de verdad, que no está de parte de quien grite más, sino de parte de una sociedad en la que realmente se interesan los unos por los otros y los otros por los unos.