Opinión

Disquisiciones filosóficas

EL MIRADOR

José M. Villot

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Alrededor de las 12 de una alegre mañana los vehículos estacionados en doble fila (contados por varios vecinos) eran nueve y sumaban cuatro los ‘aparcados’ sobre los pasos de cebra de la misma avenida.

Añadan la emoción de entrar o salir de los garajes, cruzar de acera y tendrán el paisaje completo. Bueno, completo no, pues había también dos guardias (imposible darles más referencias, pues no se identificaron) a los que el protagonista de esta historia se dirigió para -agradecida su presencia- ¡un milagro!, exclamó-, pedirles diligencia para arreglar el desaguisado. ¿Está de coña?. Nosotros, dijeron a coro, tenemos otra misión y no vamos a estar ahora a las órdenes de cada vecino. Sólo nos manda el jefe. Primer asunto: los municipales están enfrascados en misiones secretas y no andan por ahí organizando el tráfico. Segundo asunto: son tan secretos que no tienen identificación. Tercero: al vecino que le den. La historia continúa en el cuartelillo de la Policía Local, donde mi amigo fue atendido por un sargento (éste si se identificó), quien después de escuchar las quejas -las calificó como disquisición filosófica- dijo muy seriamente que en esta ciudad hay cada día 50.000 vehículos y como los guardias están hasta las cejas de trabajo, tienen que dedicarse a temas generales y no a minucias como la doble fila, aparcar sobre la acera, etc.

Mi amigo ha quedado con el sargento para filosofar y discutir para qué carajo sirve un guardia, cuál es su función, cómo separar lo general de lo puntual, etc. Y eso es todo. Por mi parte, quisiera recomendar al alcalde, al concejal, al sargento y a los agentes protagonistas de esta historia que repasen el reglamento y la nómina. Así sabrán a quien se deben y quién les paga. ¡Ah!, el nombre de la ciudad también es secreto.