ARTURO TRIGO - Alpedrete
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
He leído en ‘El País’ un artículo publicado con motivo del asunto de los crucifijos en los colegios en el que se cuenta que un profesor de Religión del Instituto Nuestra Señora de la Almudena de Madrid, decidió en 1992 colgar un crucifijo en la sala de profesores de dicho centro, a lo que respondió más tarde un profesor de Filosofía, con el objeto de darle réplica, colgando un retrato de Marx.
Desde mi punto de vista, lo apropiado es no colgar nada en las aulas, ni crucifijos ni nada que tenga que ver con las creencias religiosas ni con consignas políticas. No entiendo a qué tanto revuelo por una cuestión que no ofrece lugar a dudas. Este Estado es aconfesional y sus instituciones no pueden hacer ostentación, por tanto, de símbolos de religión ninguna. La educación es la más importante de las instituciones del Estado, ya que se ocupa de formar a los ciudadanos que tendrán que administrarlo en el futuro y embellecerlo para los que vengan detrás.
Por mucho que cierto artículo de nuestra Constitución, amén de una redacción tan ambigua como dudosa, sirva como excusa a los integristas más exacerbados para defender la predominancia de la doctrina católica, tenemos que reivindicar una enseñanza completamente laica y científica.
Sólo manteniendo estas premisas seremos capaces de formar mentes preparadas para razonar sin dogmas de fe. Y de las cuestiones de conciencia religiosa, que se ocupen las familias y las iglesias (o los colegios religiosos), que es lo suyo.