Opinión

La violencia como vocación

J. Pérez-Azaústre

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
No hay muchas diferencia entre Txeroki y cualquier matón de discoteca. La naturaleza es la misma:la violencia entendida como legitimación moral, como fin único, como una forma aviesa de arreglar la propia frustración. El nacionalismo vasco, cuando se ha escondido detrás del terrorismo, de manera directa o indirecta, se ha convertido en una frustración, la misma que ha impulsado, con su motor obtuso y torticero, torpemente estreñido, el crimen de unas gentes que sólo encuentran su razón a golpes, como ha ocurrido con los asesinos del muchacho Álvaro Ussía y como ha ocurrido antes, también con otros chicos, durante muchos fines de semana.

El oficio de portero de discoteca, como concepto, es una dignidad: se trata de velar el ocio ajeno, se trata de templar el aire alzado por la pura ebriedad de una alegría que es el cansancio romo de toda una semana de trabajo, que es brindis y es calor, y una sensibilidad que sólo por la noche nos atrapa.

No tengo nada en contra de los porteros de discoteca, y hasta tengo buenos amigos que lo son. Lo que no soporto ni he soportado nunca es la perversión de este trabajo, esa corrupción de su labor que es el matón. ¿Qué hace falta para ser un matón de discoteca? Pues prácticamente lo mismo que para ser un matón abertzale, o para ser un matón de extrema derecha, o para ser un matón redskin: tener ganas de liarla, izar una oración a los mamporros, escoger la violencia como una vocación. Y, en esa vertiente, ¿cómo conseguir la perfección? Para empezar, es fundamental no tener ni un dedo de frente, ni ningún proyecto vital no a largo plazo, sino ni siquiera a medio o corto. El analfabetismo ayuda mucho: pero se trata, aquí, de un analfabetismo nuevo que se ha ido perfilando en las últimas hornadas de jóvenes zotes, consistente en saber leer, en identificar cada grafema, pero en no entender lo que se lee. Si después uno se apunta a un gimnasio, y se pone a levantar peso en plan mulo, no en plan deporte, no en plan salud grecorromana, sino en plan mulo, en plan cuello de buey, en plan hormona en vena, y se aprenden dos o tres llaves, dos o tres burradas en plan tirarse a plomo sobre un tórax caído, ya tenemos al perfecto matón de discoteca, o al perfecto macarra protovasco.