Opinión

La ‘marbellización’ de la Sierra

Reflexiones

Víctor Manuel Martínez

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
El pasado 27 de enero, este periódico titulaba en primera página: “El PSOE de Los Molinos alerta de la marbellización de la Sierra”, aludiendo al peligro de que en esta comarca proliferasen edificios, construcciones y chalés en cada esquina, sin control alguno y sin respeto por nuestro entorno.

¡Vaya oportunismo! Porque lo que ha pasado en Marbella no es que se viese venir, es que nos atropelló desde el día en que Jesús Gil obtuvo mayoría absoluta. A los muertos siempre hay que dejarlos en paz, pero su herencia política pasará a la historia como un episodio negro de nuestra democracia donde se suspende a los votantes. Y es que parece mentira que con tanto personaje curioso, sospechoso y hasta cañí como había por la política marbellí, los ciudadanos siguieran votándoles y otorgándoles mayorías que acabaron como acabaron.

Así estamos los españoles en la actualidad, con la democracia desatendida como a un hijo cuando uno tiene mucho trabajo y siempre llega tarde a casa y sólo se acuerda de él si trae malas notas. Aquí nos hemos dejado llevar por la seguridad de pertenecer a la Unión Europea que todo lo arregla, por nuestros problemas del día a día, que son muchos, y por intentar sobrevivir a nuestros políticos, que no son ni buenos ni malos, sino todo lo contrario; y mientras tanto esos mismos políticos se han convertido en profesionales del presunto: presuntos líderes, presuntos buenos gestores de los activos públicos, presuntos defensores de la democracia y presuntos representantes del pueblo.

No todo es malo, no, pero a mí se me parecen cada vez más a los árbitros de fútbol: es un mal menor que hay que soportar y es que no puedo vivir ni contigo ni sin ti. Hay políticos que tienen verdadera vocación y afán de trabajar por su pueblo y por sus ciudadanos, y los hay que compaginan muy honradamente sus cargos públicos con su profesión o su empresa. Pero hay alguno que llegó al cargo gritando contra las injusticias o contra la corrupción, que juró que en poco tiempo a su pueblo no le iba a conocer ni la madre que lo parió, que por su juventud y formación desató la ilusión entre los ciudadanos, y todo para nada, porque al final siempre sucede como en la canción: se nos rompió el amor de tanto usarlo.

Y que conste que no toda la culpa es de ellos; la mayoría sí, pero no toda, porque aquí los que tenemos poder para cambiar las cosas somos los ciudadanos con nuestro voto, pero parece que no nos apetece mucho. La gente suele decir “yo soy votante de tal partido, y en mi pueblo el candidato es un prepotente, sobre todo desde que ganó las últimas elecciones, que no me arregla la calle y que todo el mundo dice que le da obras a sus amigos, ¿pero para que voy a votar a otro si el que venga va a hacer lo mismo?”. Y claro, voto a voto, o mejor dicho no voto a no voto, todo se marbelliza, empiezan los chanchullos y un buen día aparecen los furgones de la Guardia Civil por el Ayuntamiento y todo el mundo al cuartelillo, como si aquello fuese un puticlub. Luego diremos: si esto se veía venir. Pero seguiremos votando a Gil y tal y tal.