TRIBUNA
S. Sánchez
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Tengo la sensación que el asesinato ocurrido en la mañana del pasado sábado en el Gimnasio Deportivo de El Gorronal (antiguo Ishimi), donde Vicenta Pérez, empleada de limpieza, perdió la vida tras ser estrangulada, golpeada y apaleada por uno o varios individuos, no ha producido el impacto que se esperaba entre la opinión pública villalbina.
Es más, oyendo algunos comentarios, uno se puede atrever a decir que para muchos esto era algo así como la crónica de una muerte anunciada, de forma especial para aquellos que conocemos y padecemos diariamente la tensión y la inseguridad que desde hace tiempo rodea este barrio. Incluso el alcalde de Collado Villalba, José Pablo González, dio la sensación de querer dar carpetazo al asunto cuando anunció a través de Telemadrid que “está descartado que el suceso tuviera algo que ver con la violencia machista”. ¿Acaso los otros tipos de violencia son menos preocupantes?.
Cierto es que, afortunadamente, hasta ahora la sangre no había llegado al río, pero sí se habían producido intentos de violación, robos en viviendas y comercios, detenciones y redadas por venta y tráfico de drogas, agresiones y ajustes de cuentas, además de otros asuntos delictivos que habían obligado a intervenir en muchas ocasiones a las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado. Por eso, aquí, en este barrio forjado por trabajadores honrados, muchos de ellos procedentes de otras regiones españolas, se empieza a tener miedo, mucho miedo.
Y este temor lo confiesan sin rubor algunos vecinos que no pueden entender la clase de sociedad que aquí se está construyendo. “Tal vez”, decía el lunes un vecino, “este sea el castigo a nuestra insensata generosidad a la hora de acoger con los brazos abiertos a las distintas minorías étnicas que se han venido afincando en los últimos años, lo que sin duda ha cambiado usos y costumbres; actitudes y comportamientos, porque antes de que esto sucediese aquí vivíamos mucho más tranquilos y relajados que ahora. Uno podía darse una vuelta y dejar la puerta de casa sin cerrar con llave, incluso con las ventanas abiertas. La calle era un lugar de encuentro y no de desconfianza y temor a lo desconocido. Apenas había vigilancia policial porque no la necesitábamos, todo lo contrario que ahora (aunque actualmente tampoco disponemos de los agentes que nos gustaría)”.
En este mundo de locos, donde la injusticia social abunda, donde la delincuencia es cada vez mayor y el desempleo aporrea las puertas de las familias más desfavorecidas, el miedo campa a sus anchas. Y los vecinos de El Gorronal empiezan a tener miedo; temen lo peor. La muerte de Vicenta pone en evidencia la crítica situación por la que atraviesa este barrio, y corresponde a todos, pero aún más a las autoridades locales, poner los medios necesarios para devolvernos la tranquilidad que merecemos.