Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Cada día aumentan las cuestiones que nos empachan y las acciones que nos repugnan; en parte porque los que ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse su gestión, su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de las personas.
El que más de 600 participantes congregados en la primera Conferencia Nacional sobre Protección de Residuos organizada por el Ministerio de Medio Ambiente, en el actual mes de abril, realizaran un diagnóstico negativo sobre las políticas de prevenciones en materia de residuos, debería ser motivo suficiente para tomar otro rumbo.
Ciertamente, los residuos constituyen un grave problema ambiental y están en el origen de otros como la contaminación de las aguas, del suelo y aire y los riesgos de salud pública. Educar en la solidaridad y en el respeto al medio ambiente es hoy una necesidad urgente que sólo figura en los planes educativos. La realidad es que se hace bien poco, por no decir nada. Sólo hay que ver el rastro que dejan los jóvenes cuando se reúnen para practicar baños etílicos o para degustar sustancias como huída de este mundo canalla. Hace tiempo que la enseñanza en la madre patria se gestiona como adoctrinamiento, en vez de atenerse a los preceptos constitucionales que demandan el desarrollo pleno de la personalidad humana como finalidad de la educación (art. 27.1 de la Constitución Española) y las garantías necesarias para que los padres puedan elegir la educación moral y religiosa que corresponda a sus convicciones (art. 27.3). La absurda imposición por parte del Estado de una determinada formación moral a todos los ciudadanos, bautizada como Educación para la Ciudadanía, ratifica el pensamiento anterior. Así, luego, pasa lo que pasa; y nadie respeta nada, ni a nadie.
La lección dejada por los participantes en la Prevención de Residuos, ahí está. Hablaron hondo y profundo. Piden más control. Donde el descontrol reina, mal gobierno tiene. Y también solicitaron la colaboración de la sociedad para una correcta gestión de los residuos. Es más de lo mismo. Tampoco creo en la efectividad de las campañas publicitarias cuando se permiten otras que incitan a todo lo contrario. Si el amor, lo que era más puro, se ha convertido en un express de usar y tirar, el ambiente es un espanto que toma raíces. Porque, además, los problemas medioambientales (gestión de aguas y residuos, protección de espacios naturales, control de la contaminación...), en vez de mermar, crecen y se disparan como los divorcios. También resulta complicado la toma de conciencia ciudadana, más cuando quienes debieran dar ejemplo, por su cargo de autoridad o carga de solidaridad, no lo hacen o pasan de hacerlo. Ya me gustaría que el camino de la adhesión y de responsabilidad, en cuanto a generar residuos menos tóxicos o más reciclables, tuviese un lleno total de caminantes y por ello una dimensión más humana.