EL MIRADOR
R. Navas
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Cuando uno se entera de muchas de las condiciones con las que está trabajando la Administración de Justicia, no se entiende que sus funcionarios, desde los secretarios a los jueces, pasando por los empleados sin distinción de rango, no se hayan plantado hasta el pasado martes.
La sanción al juez Tirado y a su secretaria ha sido el detonante que ha hecho estallar una situación que no podía mantenerse mucho tiempo. Es como si los funcionarios de Justicia hubieran dicho: vale que tengamos que trabajar en edificios que se caen, sin aire acondicionado en verano ni calefacción en invierno, con los expedientes amontonados por los pasillos, con escasez de personal para atender el volumen de trabajo, sin una red informática en condiciones, etc... Pero que encima de aguantar todo eso tengamos que permitir que el Gobierno que no nos da los recursos necesarios se meta en nuestras cosas, no. Por ahí no pasamos.
Sumen a todo lo anterior un ministro poco moderado y dado a la polémica, sin cintura y sin disposición a las necesarias reformas (excepto las de su casa), y ahí tenemos el resultado. El del pasado martes no fue un paro cualquiera. Que pare la Justicia es un síntoma en un país que, por si fuera poco, contempla últimamente decisiones judiciales cuando menos extrañas y padece desde hace tiempo una enorme ralentización derivada de lo anterior, lo que equivale a recordar aquello de que la justicia lenta es una forma de injusticia.
Si la Justicia desconfía del Gobierno y los ciudadanos no confían en la Justicia, ¿qué nos queda?. Pero no, no perdamos el juicio. Seguro que todo esto tiene arreglo. Y esta vez para el bien de todos nos gustaría un buen pleito y un buen arreglo.