Opinión

Veinte lustros de coherencia

El mirador

Víctor Corcoba

El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Hay pocos que dejan huella y abren caminos. Su patria ha sido siempre la lengua y su lenguaje la lucidez en el más profundo sentido irónico. Es un hombre de pensamiento claro. Los premios y los homenajes tampoco le hicieron escritor, sino su acrecentada obra y crecido ingenio. Los críticos siempre hablan de él como uno de los pocos escritores que “se saben reir de sí mismo, sin disimulos, ni falsas humildades”.

Ahí está su gran obra sociológica interrogándonos e interrogándose. La cuestión es descifrar “en que mundo vivimos” y cuestionarse el mundo, como una estrella viva, desde el yo. Él nos ha iluminado en su dimensión de creador, de narrador, como teórico y crítico literario, como sociólogo, como apasionado por el análisis de las claves de la sociedad contemporánea y, muy especialmente, por la importancia que en ella juega las vanguardias. Hablo de Francisco de Ayala, un hombre con 20 lustros de coherencia en este mundo de ratas.

Comprenderá el lector que, con esta hoja de servicios ejemplar, a uno le guste releer sus ilustrados andares. El alma necesita de esas bibliotecas de vidas vividas, bellamente narradas, participar el cultivado campo de letras y dar parte de lo bien que sienta acercarse, cuando menos, a respirar sus palabras. Con este espíritu cervantino, tan enraizado a lo español, yo también busco la coherencia y el valor de la ejemplaridad, a partir del propio compromiso con los valores morales, que hoy andan perdidos por el baúl del tiempo. Me encuentro con Ayala, uno de nuestros vivos humanistas, que nos refresca la memoria a través de su obra ensayista y de ficción, advirtiéndonos que el ser humano se animaliza cuando se abandona a sus instintos, cuando es incapaz de construir un guión que nos socialice, en esta irrespetuosa globalización de salvajes a la carta.

Estoy harto de que se propongan (y dispongan) modelos que son la antítesis de lo que es una existencia irreprochable. No se puede levantar hasta las nubes, poner sobre los astros, dar bombo, lo que es una cadena inmoral de andanzas. Por lo menos, debiera poseer como raíz, el buen ejemplo al estilo ayaliano. De lo contrario, estamos perdidos en lo más horrendo del caos. Intentar promover lo justo, lo integro, lo virtuoso, lo cabal, lo equitativo y, hasta lo intachable, bajo los parabienes de la farsa y de la ficción, no es de recibo humano, puesto que, de esta manera, el molde se vuelve una bola de hipocresía, donde toma vida y florece lo vulgar e indecente. Esta situación de fingimientos y dobleces es sumamente preocupante. Lo es para una persona que ha vivido mucho como Francisco de Ayala, que ve desolación y siente pena por sus descendientes al observar que “el mundo que se avecina no es muy digno de ser vivido”; y, de igual modo, ha de serlo para cualquier individuo que no haya perdido el sentido de lo cabal.