Soledad Fernández en su estudio de Collado Villalba, junto al caballete que sostiene su último trabajo (Foto: RICARDO M. PEÑA)
Entrevista Soledad Fernández, la gran pintora del desnudo, habla de los inicios de su impresionante carrera artística
La artista villalbina, que acaba de clausurar una exitosa muestra en Granada, planea exponer su obra en la Casa de Cultura en 2009, seis años después de su última aparición en Villalba
JAIME FRESNO | Miércoles 22 de octubre de 2014
Soledad Fernández -Madrid, 1949- es desde hace décadas la cumbre artística de Collado Villalba, una embajadora pictórica capaz de exponer en santuarios como la Galería Sammer de Londres o de colgar cuadros en museos de países como Francia, Portugal o Malta. La lista, iniciada en 1985 en la Galería Floridablanca de San Lorenzo, es larga, pero todo lo cuantitativo palidece ante la enorme calidad de una obra alabada por los mejores críticos del país. Soledad Fernández, la pintora del desnudo envuelto en el misterio de las telas, es referencia del realismo derivado del influjo de la escuela sevillana, la de sus admirados Velázquez y Murillo. Estos días descansa en su casa de Collado Villalba, en la falda de la Peña del Águila, tras exponer en Granada.
¿Qué tal le ha ido por Granada? Después de tantas exposiciones, ¿se llega a imponer la rutina o la experiencia ha sido novedosa?
Nunca hay rutina. Como sucede con los artistas de teatro o de cine, sientes los nervios del estreno. La galería la conocía, es la tercera vez que expongo allí y siempre soy bien recibida. Los periódicos y la tele de Canal Sur recogieron la exposición y todo salió muy bien.
¿Se venden bien los cuadros o se nota la crisis también en el arte?
Se nota, se nota. Faltaría más.
¿Después de 25 años exponiendo, cansa esa liturgia de elegir cuadros y trasladarlos, de saludar a los visitantes, o es lo que más le gusta?
La parte que más me gusta es pintar. Para lo demás, yo tengo a mi marido que es el que me lleva la obra y me la trae, el que habla con el galerista. A los artistas se nos da muy mal hablar de precios. Te da hasta vergüenza. No tengo un buen léxico, así que intento pintar y expresarme de esa forma.
Soledad Fernández es pintora de taller. ¿Qué diferencia hay entre serlo y no serlo?
En el taller estás en más contacto con el maestro. Tienes casi a un único profesor, mientras que en la Facultad de Bellas Artes, y lo digo por experiencia, porque tengo allí a un sobrino, son varios. Estoy muy orgullosa de ser de taller, pero siempre digo a la gente que, si puede, haga su carrera.
En su caso, el maestro se llama José Gutiérrez Valle. ¿Cuál fue su mayor enseñanza y cómo le recuerda?
Con él lo primero era dibujar. Dibujar una tarde tras otra. No dejé de hacerlo durante años. Salía del colegio y tuve la suerte de que en esa clase empecé yo. Luego vinieron dos alumnos más, que más tarde se cansaron. Entonces también existía machismo, y como yo era mejor que ellos (risas) me quedé solita. Tengo muy buenos recuerdos de José Gutiérrez. Le admiraba. No fue un pintor famoso, quizá porque no le interesaba y tenía su vida resuelta de otra forma. Era un señor de una cultura enorme y, como yo tenía 16 años, lo que me decía era palabra de Dios.
Luego con él usted también adquirió una buena formación de cultura general...
Sí. Te hablaba de cosas nuevas que no te contaban en el colegio y eso, a una cría adolescente, le llenaba muchísimo. Íbamos a pasear con su mujer por el campo, a ver amanecer, anochecer, los reflejos de las nubes en los charcos. Creo que compré esta casa al ver los atardeceres aquellos. Desde la terraza de Pepe, que así le llamaba, yo veía el atardecer y era muy agradable.
¿Y cómo siendo José Gutiérrez un pintor impresionista, de luz clara, usted sale a la tradición de la escuela sevillana del XVII, con la luminosidad de Murillo o Velázquez?
Él era de la escuela sevillana, no impresionista. No tenía un estilo definido. Era un realista, sin más. Luego se siguen otros caminos, asistes a otras clases, vas viendo en museos y exposiciones y vas creando tu estilo. Dices: “No sé si lo hago bien o mal, pero yo pinto así”.
Otro nombre clave en su vida es el de Santiago Amón, esta vez desde el punto de vista de la crítica...
Cuando le conocí me dijo “venga, tu primera exposición te la voy a presentar en El Escorial”. Y luego quería presentármela en Madrid, pero sufrió el accidente. Aquello para mí fue... Que un señor tan importante me ayudara así... La exposición se llamó Soledad Fernández y la otra cara de El Escorial. Entonces yo hacía paisaje urbano. Pinté las calles que a mí me sugerían algo. El monumento -el Monasterio- lo dejé porque estaba muy pintado por otros artistas y me centré en el pueblo, en sus rincones. El monumento es espectacular, pero en aquella época me atraían otras cosas. Santiago Amón y Francisco Prados de la Plaza son las dos personas, aunque después vinieron otros, que, como críticos, me dieron un empujón muy grande.
¿Volvería al paisaje urbano ahora que en su obra predomina el desnudo femenino?
El desnudo me gusta mucho, desde que dibujaba, tenía una cierta facilidad. No sé si volveré al paisaje urbano, porque además hay veces que lo integro en el desnudo. Recuerdo que el paisaje urbano me empezó a gustar en un verano que pasé en Palma de Mallorca en la casa de un galerista. No sé, me atrajo esa luz, porque antes pintaba más interiores.
Lo decía porque adoptar esa temática hubiera tenido su lógica, habiendo estudiado en algunas de las ciudades más bellas, como París, Roma o Venecia...
En Roma veía muchas esculturas de desnudo. Tenía la obsesión de captar la figura, era un reto para mí.
En sus cuadros, los desnudos se rodean de telas, mantones de Manila, plásticos, periódicos... Está el toque misterioso de los suelos ajedrezados, los fondos tenebristas. ¿Es más difícil pintar ese atrezzo que el desnudo?
La figura, y más en pintura realista, es lo más difícil. Que yo ponga un tejado más grande o más pequeño, pasa más desapercibido para el espectador.
Pero esas telas, sus pliegues, parecen fotografías...
Porque a lo mejor no ves la obra al natural. Me jacto de que mis lienzos no son lisos, sino que tienen un granulado. Ahí viene lo del taller; preparo el lienzo virgen, soy de aquellas que lo lavan, lo meten en la bañera, le doy la cola y empiezo a preparar la obra, porque quiero que ella siga cuando yo no esté. Si preparas bien el soporte, la obra dura más.
¿Es una norma general que sus cuadros sean atemporales?
General, no. Tengo desnudos envueltos en periódicos que cuentan lo que pasa en ese momento.
¿Y si, por ejemplo, hubiera estado en el lugar de Goya en la madrugada del 3 de mayo, habría pintado los Fusilamientos?
Yo no soy Goya (ríe), pero está bien que se pinten las cosas que están sucediendo. En mis cuadros he reflejado la Constitución, la caída de las Torres Gemelas...hasta cosas de Operación Triunfo.
¿Antes Velázquez que Goya?
Hombre, admiro a los dos. Goya admiraba a Velázquez. La Familia de Carlos IV es como un homenaje a Las Meninas. Velázquez fue el precursor del impresionismo. Te pones en su época, ves los cuadros y te preguntas, ¿cómo es posible?
¿Le duele cuando se desprende de un cuadro?
Sí. Recuerdo que en Miami, cuando descolgaron mi primera obra de desnudos con periódicos y la bajaban para el galerista, me tuve que ir porque lloraba. Te entra una mezcla de lástima y también de alegría, porque también piensas que tu obra le ha gustado mucho a alguien.