El paréntesis
Víctor Corcoba
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Considero que, de un tiempo a esta parte, la incomprensión ha ganado posiciones. Las ideas extremas o exageradas también han tomado su vida bailando al mismo son de enredo que de confusión. El guirigay de batallas y el galimatías de contradicciones superan el lenguaje de las chirigotas. Lo de sacar pecho y plantar cara, incomprensiblemente es el pan nuestro de cada día. Alumnos que insultan y pegan a sus docentes con total descaro.
Lo nunca visto. Alguien me anuncia que ha llegado el circo a las aulas. Eso sí, los docentes deben saltar a la pista sin látigo. Las fieras no entienden al maestro. A esto hay que añadir que la autoridad del instructor está por los suelos y que cuenta con los parabienes de algunos padres. Los hay que asienten por decreto filial, forzados por sus propios hijos. Otros padres siguen la onda de la propia sociedad, en plan pasota y pasivo, viéndolas venir para esquivarlas. En el entreacto del aulario circo que a ningún enseñante se le ocurra darle un cachete al niño, no vaya a ser que se nos traumatice el golfo; perdón, el chaval. Bajo este número circense, la enseñanza se ha convertido en el más difícil todavía. Esa juventud altanera es la misma que se concentra los fines de semana para darse duchas de alcohol y baños de drogas por la plazas, en parte con el consentimiento de sus padres, que suelen ser los que pagan el absurdo divertimento de levantar litronas. La consecuencia salta a la vista. No hay que ser ciego. Rompen todo a su paso, lo embadurnan de cristal y jeringas. Si alguno le llama la atención, lo miran despreciativamente. En suma, que tienen todos los derechos y ningún deber. Son insolventes consentidos por la sociedad. No pagan ni un plato roto. Si la estabilidad educativa de nuestro país continúa siendo una quimera y lo educativo es incapaz de fomentar el desarrollo integral y armonioso de la persona, ya me dirán cómo se puede educar a unos monigotes embriagados. Qué me lo expliquen.
La falta de comprensión que sufrimos actualmente y la viveza de extremismos que soportamos hace que nos estemos moviendo en un terreno peligroso. Pienso que habría que darle un gran impulso al encuentro entre diversos, lo que conlleva el entendimiento entre unas regiones y otras. Una luz de esperanza, en este sentido, es el papel que vienen desempeñando algunas confesiones religiosas en favor del diálogo y de la paz, allanando así las difíciles relaciones internacionales que a veces se producen entre naciones. El lenguaje de la incomprensión y la cultura de los extremismos, sobre los que gravita un peso importante de los conflictos actuales, tendríamos que desterrarlos, tanto por su fondo de división como por su forma de ruptura.