El paréntesis
Ángeles Cáceres
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Una de las ventajas que nos ha traído la democracia es la de poder llamar a las cosas por su nombre, sin tener que recurrir a ridiculeces como aquella de “La p...respetuosa” de Sartre, que años atrás inundó de pacatería con sus puntos suspensivos las carteleras teatrales del país. Ahora ya podemos llamarle al pan, pan y al vino, vino en el cuerpo del texto y en los titulares, lo que resulta infinitamente más clarificador y exacto.
Otra cosa es la interpretación que cada cual quiera darle a las palabras; y todavía otra más al uso que de ellas decida hacer, que puede ser desde descriptivo y coherente hasta incongruente y rastrero, pasando por mil matices intermedios más.
Bien mirada, puta es una palabra comodín que según dónde y cómo la coloques te sirve para una cosa o justo para la contraria. De manera que se puede elogiar a una persona diciéndole que es “de puta madre” y así mismo insultarla llamándola “hija de puta”, merced a esas curiosas peculiaridades del lenguaje que resultaría harto difícil tratar de razonar dado que, en ambos casos, la relación familiar es exactamente la misma.
Luego queda el asunto de la interpretación particular de cada uno del concepto puterial en general, es decir, si aquiescencia o simpatía o su rechazo y respingo hacia las señoras que (por vocación, necesidad o fuerza bruta de sus explotadores) se dedican a esa viejísima profesión. Y no es casualidad que la mayor tolerancia y comprensión hacia ellas venga de mentes inteligentes y cultivadas, por ejemplo la del tristemente desaparecido Fernando Quiñones, que hizo de la puta a la antigua usanza Hortensia Romero una de sus más cálidos y logrados personajes. Una, aunque esté feo el decirlo por lo que pueda parecer de presunción, también les tiene querencia desde antiguo, de lo que se deduce que no considera desdoro sino todo lo contrario reconocer sus tratos de amistad con algunas conocidas putas.
El último respaldo público al gremio se lo ha dado hace unos días Candela Peña al dedicarles el Goya que gano por su papel en Princesas, con el que magistralmente se interna por los vericuetos del alma de las putas y lleva al público a solidarizarse con ellas. Algunos afortunadamente vamos más lejos y, como Quiñones, la misma Candela o la que suscribe, simple y llanamente las queremos. De manera que si, por un casual, al alguien se le ocurriera intentar vejarnos llamándonos putas le saldría el tiro por la culata porque para nosotros tal calificativo no supone vejación, menoscabo ni ofensa. Lo que no impide que nos cabree que a una buena mujer se lo llamen; no por la palabra en sí, sino por la intención y la mala baba con que suelen arrojarlo a la cara.