El mirador
Víctor Corcoba
Redacción | Miércoles 22 de octubre de 2014
Parece como si el conflicto hubiese tomado carta de naturaleza en nuestras vidas, realidad y conciencia...Necesitamos apagar sus focos vivos. Son muchas y complejas sus causas: políticas, sociales, culturales y religiosas; por eso, resulta más necesaria una acción educativa que empiece por los centros escolares, que actué, con previsión y paciencia, sobre sus raíces, impida su ramificación espontánea, y apague su maléfica fuerza contagiosa en las generaciones futuras.
Que vaya a celebrarse un congreso con responsables autonómicos, expertos nacionales y extranjeros para tratar el tema de la conflictividad en el aula, es una buena noticia. Recopilar las mejores experiencias en este campo y hacer difusión de ellas entre la comunidad educativa y los centros escolares por medio de guías, puede ser muy saludable para cambiar conductas. Del mismo modo, reforzar la conexión de los centros con el entorno, sin duda contribuye a la integración, tan necesaria para estos tiempos, así como el esfuerzo de su vinculación con las familias y los ayuntamientos.
Realmente, los centros por si mismos poco pueden hacer para atender a la diversidad. Con la ayuda de todos se pueden hacer algo más. La solidaridad es la clave. La sociedad tiene que recuperar la autoridad del docente para que frene la indisciplina de los alumnos. Se me ocurre que no estaría de más un trato preferente de asistencia jurídica rápida y eficaz a todos los profesionales de la educación frente a las agresiones físicas y verbales relacionadas con su trabajo. Como tampoco, pienso, que estaría desacertado que los alumnos se implicasen más en su centro y pudiesen mediar a la hora de un conflicto. Al alumno agresor siempre le resulta muy bochornoso enfrentarse cara a cara con su víctima y reconocer la verdad delante de sus compañeros, que la mera expulsión.
Si queremos que en el futuro prevalezca la unidad y no las divisiones, la fraternidad y no los antagonismos, la paz y no las guerras, debemos trabajar con los jóvenes en este sentido de compartir experiencias y soluciones, de apagar fuegos mediante el diálogo, como personas civilizadas. En ocasiones, los jóvenes ven cómo se derrumban sus esperanzas de futuro y, entonces, pasan de víctimas a ser protagonistas irresponsables de conflictos. Otras veces su vida afectiva ha estado marcada por muchas dudas respecto a los sentimientos, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo o la propia familia. A mi juicio, esas personalidades son el resultado de una educación que falla en lo más básico, en enseñar a convivir (y a vivir) los unos con los otros. Rectificar es de sabios.