PUNTO DE VISTA
C. Asenjo
El Faro | Miércoles 22 de octubre de 2014
Ccuentan que, hoy, los niños de las escuelas, cuando un maestro les pide que dibujen un pollo, casi todos sólo aciertan a dibujarlo ensartado en el pincho revolucionado de un asador, y eso porque sólo han visto a los pollos de esa guisa. Y, paralelamente, cuando han de dibujar una rata, sólo aciertan a dibujarla, ingenua e inocente, situada paradisíacamente en un jardín de infancia, bajo la protección de cualquier sociedad piadosa de animales.
Pero los niños de antaño, más metidos en la naturaleza subterránea, más andariegos por campos y veredas, más escrutadores de sótanos y buhardillas en las amplias y misteriosas casonas antiguas, sabíamos siempre que las ratas eran animalejos desarrollados en los bajos fondos, en las alcantarillas, en la ruinas y estercoleros, en las cloacas. Animales,asquerosos y agresivos, astutos, poderosos y escurridizos. Hoy, en una sociedad prácticamente urbana y urbanizada, ni los niños, ni tan siquiera los mayores del asfalto, el mármol, el estudio o el pisito, la piscina y el agua potable, han visto ratas de verdad, quizá más allá de las insertas en un bonito libro sobre la Naturaleza, o en una exposición virtual. Pero muy pocos, al menos en la ciudad, y ya casi tampoco en el pueblo hoy tan urbanizado como la ciudad, han visto una rata de verdad, una familia de ratas de verdad, un enjambre de ratas de verdad, especialmente cuando están en celo o hambrientas.
Pero ¿a cuento de que viene este discurso?... Pues simplemente para decirles o advertirles que, a pesar del cemento y el asfalto, de la ciudad y sus encantos, hoy más que nunca vivimos en una ciudad edificada sobre aquella ciudad de ratas, Ratilandia, cuyos habitantes, las ratas, pululan por millares y millones bajo nuestros pies, bajo nuestros mismos cimientos, alrededor de nuestras alcantarillas, nuestras conducciones de gas o de luz o de teléfono. Espiando constantemente nuestros menores movimientos, examinando nuestras mínimas defensas, acechando el momento oportuno de saltar sobre nuestras personas y, sobre todo, de nuestros hijos, de nuestros seres más indefensos.
Y aunque su lugar natural de asentamiento sea esa Ratilandia, he aquí que, como sucede en toda revolución demográfica al alza y progresiva, esas ratas, ya por su desmesurada cuantía -de la misma manera que antaño sucedió con los pueblos bárbaros-, han optado por saltar las fronteras de su habitual y convencional hábitat natural para lanzarse a la conquista de la ciudad del asfalto y el cemento de momento, esporádicamente de momento, mediante la táctica guerrillera de atacar en un santiamén para regresar enseguida a la cloaca. Pero cada día que transcurre, con mayor descaro, con mayor fuerza, con menor disimulo, con los dientes más afilados y agresivos. Unas ratas que, bajo el admitido proceso de evaluación para todas nuestras especies, ellas también han descubierto la fórmula de revestirse y camuflarse de seres humanos, con sus apariencias, sus argumentos y, lo que es peor, con sus derechos de sujetos con garantías, ateniéndose a la vieja fórmula de que el mayor enemigo del hombre es el propio hombre.
El hecho social e histórico está a la vista de todos como fenómeno muy propio de nuestro tiempo. Hasta hace pocos años, concretamente cuando nosotros éramos niños aventureros de campos y caminos, sótanos y subterráneos, las ratas crecían y se desarrollaban dentro, digamos, de un espacio natural, aunque usando de sus propios condicionamientos asquerosos. Pero ahora, todos lo ven, algunos lo padecen, todos somos sujetos propicios para su zarpazo; las ratas han decidido dar un paso adelante y presentar batalla en nuestro propio terreno, en nuestras propias casas, en nuestra propia familia, sin que la llamada comunidad o sociedad civil se percate del riesgo a que está sometida, en aras de una extraña teoría inventada por no sé quién, no muchos años atrás, que se apellida ‘Teoría y práctica del garantismo’. Una teoría comprensible para la mejor salvaguarda de los seres humanos, pero que parece no tener mucho sentimiento si sólo está encaminada para proteger a las ratas. El caso más reciente es esa chiquilla de Huelva asesinada y echada a la ría. Y como ese caso de niños violados y asesinados, la historia es la de nunca acabar. Y eso por no traer a colación la otra historia paralela de las mujeres violadas y asesinadas por añadidura.