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Tribuna

Enseñar con el ejemplo

Enseñar con el ejemplo

Víctor Corcoba Herrero

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Más de un estudiante si pudiese quitaría el mes de junio de sus vidas. Yo también. De mayor me he dado cuenta que no tiene sentido reducir el curso a treinta días. A mi juicio, cada día son más los que siguen esta pauta. Es el momento de los copiosos empachos memorísticos, de las noches en vela para tragarse lo que no entienden. Porque, ciertamente, el estudio requiere constancia, tiempo para digerir y penetrar más allá de una siembra de folios, casi siempre mal redactados, y difícilmente entendibles. Me parece un nefasto objetivo, aprobar por aprobar, con el mínimo esfuerzo y la máxima rentabilidad. Quizás sería el momento de examinar a los docentes antes que a sus alumnos, sobre lo qué han enseñado. Creo que la medición de los aprendizajes en los alumnos debe ser más un diario, una evaluación continua al constante trabajo, puesto que el rendimiento es esfuerzo del día a día.

Frente a esta corriente invasora de la ignorancia, la sociedad debe instar a los docentes y darles medios para ello, para que la sociedad recobra la seguridad en el conocimiento, fe perdida de muchos jóvenes, patrimonio aún de muchos privilegiados especialistas que manejan los hilos a su antojo, cuando ha de ser heredad de todo el pueblo. Conviene que todos -progenitores, docentes, asociaciones...- se movilicen, examinándose previamente cada cual consigo mismo y luego con los demás, para trabajar junto en favor de los formados. También han de recordar, tanto padres como enseñantes, que deben sostener lo que enseñan con el testimonio de sus vidas. El principio de educación es enseñar con el ejemplo. En efecto, los jóvenes son sensibles al testimonio de los adultos, que para ellos son modelos. Así, la familia será por siempre el lugar primordial educativo.

Los universitarios españoles son los europeos que más horas pasan en el aula. Sin embargo, este tiempo dentro de los centros, para nada asegura una formación exitosa. Los jóvenes -así me lo han confesado abiertamente más de uno-, acuden a la Universidad para que le den un título. Bajo esa perspectiva, el interés por el conocimiento es nulo y el fracaso académico está a la orden del día. Es evidente que algo falla. Puede que falle desde la desmotivación del alumno al que no se le deja participar, siendo el verdadero protagonista de sus descubrimientos; hasta la misma incapacidad del docente a la hora de crear un clima de trabajo coherente, fomentando sobre todo el dejar hacer, antes de soltar un rollo que adormece. Además, está visto que un sistema de aprendizaje eminentemente teórico, aparte de ser aburrido, ni prepara para ser persona y mucho menos sirve para la vida laboral. Así, los empresarios, son los primeros en denunciar la escasa formación práctica de los estudiantes.

Sí, sí... a examen los que examinan, sobre todo aquellos que cosechan todos los veranos el índice más alto de suspensos en sus disciplinas, incluso en algunos casos excede el 95 por ciento. Ya me dirán de quién es la culpa, con este logro tan ínfimo. No cabe echarle la culpa al plan de estudio, a la institución docente, al medio ambiente donde proviene el alumno y mucho menos a las capacidades del alumnado. Todos no van a tener una actitud pasiva. Y también a examen los progenitores, para evaluar el empeño que han puesto en sus obligaciones como primeros educadores de sus hijos, exigiendo el respeto a sus derechos y la no intromisión de poder alguno a su tarea. En todo caso, el poder del Estado en lo que ha de empeñarse a fondo, pensado en debilitar factores generadores de exclusión social, sería en lograr una educación de calidad que fuese denominador común en todas las Autonomías. En esto, realmente, toda implicación de todos con todos, es poca. Por desgracia, todavía se sigue clasificando al alumnado según su rendimiento académico, sin tener en cuenta otros factores como pueden ser las desigualdades económicas o sociales y los conflictos en familia. Qué casualidad, son los grupos sociales mejor situados los que aún obtienen mejores resultados. ¿Dónde está esa educación compensatoria para salvaguardar estos desequilibrios?.
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